Un par de encuestas que salieron a la luz en nuestros países vecinos del norte, Estados Unidos y Canadá, nos muestran con cierta alarma el continuo avance de la desinformación y su enquistamiento como creencia básica de gran parte de la población.

YouGov, empresa británica que realiza sondeos mundiales, dio a conocer que casi la mitad de los republicanos piensan que la cúpula del partido demócrata, su rival político, estuvo involucrada en diversos casos de pedofilia.

Esto no sorprende por dos motivos: 1) Teorías de conspiración como la de QAnon o la de Pizzagate, que llevan ya varios años circulando, han encontrado arraigo en el internet de la extrema derecha. A pesar de que se ha demostrado que QAnon fue un fraude, y de que Pizzagate literalmente no pudo haber sucedido –las leyes de la física lo impiden–, hay un cúmulo importante de votantes que se niega a aceptar la realidad. 2) Los congresistas republicanos empujan una narrativa similar. Ahora que estamos a días de que Ketanji Brown Jackson sea confirmada como la primera mujer afroamericana en la Suprema Corte estadunidense, senadores como Tom Cotton (R-AR), la acusan de defender a nazis o neonazis. De igual manera, otros, como Ted Cruz (R-TX), cada vez más incorporan estas acusaciones no tan veladas que vinculan a los demócratas con el abuso sexual de menores.

En Canadá, mientras tanto, el periódico The Star reveló el vínculo entre distintas esferas de desinformación: solo el 2% de las personas vacunadas en ese país cree que la invasión rusa en Ucrania está justificada; si se hace la misma pregunta a personas no vacunadas, el número aumenta a 26%.

En México no tenemos encuestas recientes sobre lo que piensan nuestros ciudadanos respecto a lo que ocurre en Ucrania, pero sí tenemos a medios y líderes de opinión del nuevo establishment que ponen en tela de juicio lo que se puede comprobar de manera empírica.

Baste con ver su actitud frente a la masacre de Bucha , confirmada por tres categorías distintas de fuentes: a) testigos, b) imágenes satelitales y c) diversos medios de comunicación. Dejemos de lado autoridades de gobierno, porque esa puede ser una esfera más contenciosa, pero con los otros tres debería ser suficiente. Las fotos aéreas, las coordenadas, vaya, los DATOS –así, en mayúsculas– muestran las atrocidades cometidas: civiles asesinados a quemarropa, sus cuerpos botados en las calles como restos de basura.

Sin embargo, para algunos no es suficiente. Se pone en tela de juicio lo que se puede ver, lo que se puede confirmar. Porque si se puede dudar de todo, nada es necesariamente verdad.

Es, por regresar al cliché –que no por ser cliché deja de ser útil–, el fundamento de la sociedad orwelliana: la neolengua que nos dice que arriba es abajo y abajo es arriba, que nos confunde al grado de hacernos dudar de todo y al mismo tiempo reducir nuestro rango de interpretación.

Vaya, puede uno confrontar hasta a funcionarios sobre evidencia captada en video y ellos mismos pueden negar –como se dice coloquialmente– con la mano en la cintura lo que nuestros ojos nos confirman.

Delitos, masacres, violaciones de derechos humanos . Ocurren frente a uno, se pueden verificar. Pero cada vez más hay más autoridades, gobiernos, medios paraestatales –y estatales, cómo no– que hacen lo posible para que uno deje de confiar en los pilares de su conocimiento.

Lo decía Orwell: el objetivo es limitar el pensamiento, y con ello el lenguaje. Llevarlo a su punto más simple para que uno no pueda hilar ideas y sólo crea lo que se le machaca a cucharadas desde los puestos de poder.

Las opiniones vertidas en este texto son responsabilidad de su autor y no necesariamente representan el punto de vista de su empleador.

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