En las tendencias tecnológicas de esta década, quizás la palabra más de moda que hemos escuchado –y de la cual escribimos aquí hace unos meses– es “ metaverso ”. Un universo paralelo donde las personas pueden interactuar a través de avatares o representaciones de sí mismas. Estas representaciones no tienen que ser idénticas a uno: pensemos que si en secreto algún conocido siempre quiso identificarse como un animal de peluche, puede ser un animal de peluche en esa realidad alterna.
El metaverso, hasta ahora, está en pañales. Hace poco alguien mostró lo que sería ir al súper en el metaverso: la misma experiencia horrible, pero con el agregado de que uno ni siquiera está en el súper. Elige los productos, los compra en un súper virtual y después los recibe en su casa. Nada práctico, pues.
El metaverso es parte de lo que ahora se empieza a llamar “ Web3 ”, o internet 3.0. Cuando comenzó a popularizarse el uso de la red a finales de los 90 y principios de siglo, los internautas habitaban lo que se conocía como red 1.0. La característica de ese entonces era la proliferación de sitios. En lugares como Geocities o Angelfire uno podía crear su propia página y tener su propia cuenta de correo; básicamente tenía su nicho en el espacio.
Esta iteración proliferó hasta que vino el primer choque económico asociado al internet (2000-2002) y hubo una reconfiguración masiva. Para ese entonces, buscadores como Altavista, Yahoo y después Google comenzaban a centralizar la red: a través de ellos es que uno podía acceder a la biblioteca de sitios. Fue así como se creó la red 2.0, aquella donde habitamos hasta hoy. Todo nuestro acceso al mundo en línea parte de un pequeño grupo de sitios o aplicaciones ( Google , Facebook , TikTok ) y a partir de ahí es que consumimos –porque éste es un modelo de consumo– todo lo que el mundo virtual nos ofrece.
Desde hace un lustro, más o menos, ha comenzado a discutirse la versión que pueda reemplazar a la red 2.0. Para los evangelizadores tecnológicos, la red 3.0 ya comienza a aparecer, y lo hace no sólo a través de sus pininos en el metaverso, sino a través del “blockchain”, palabra que también hemos discutido aquí en entregas previas. El blockchain, comúnmente asociado a las criptomonedas, es el regreso a la descentralización, como bien lo explica Moxie Marlinspike, el creador de Signal, una aplicación de mensajería encriptada (https://moxie.org/2022/01/07/web3-first-impressions.html
En resumidas cuentas, la idea del blockchain –cadena de bloques, en español, aunque el anglicismo es la manera más común de referirse a ella– es que todos aquellos que participen en la nueva red sirvan como autoridad descentralizada. Pongámoslo así: cada que alguien haga una transacción en línea a través de la nueva red, que se basará en transacciones, la autoridad no será el sistema bancario actual –no hay SPEI , no hay Banco de México – sino las computadoras de todos los participantes. Ahí, por partes, es que se mantendrá el registro de lo sucedido. Es una especie de control social, por llamarlo de alguna manera.
Lo que algunos hoy definen como red 3.0 todavía no es lo suficientemente popular como para decir que éste será nuestro futuro. Los evangelizadores dicen que es inevitable, los escépticos hablan de lo poco práctico que resulta.
Aun así, no deja ser interesante que hablemos de las posibilidades del internet. En un mundo que camina a paso firme hacia la dependencia tecnológica, pensar en qué tipo de futuro queremos es esencial.
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