Antes de iniciar con el tema de hoy, es necesario aclarar el supuesto bajo el cual parte esta columna. Según números propios y según la retroalimentación que recibe, puede sostenerse la premisa de que quien esto lee tiene un conocimiento ordinario o moderado de redes sociales. Sin duda tiene Facebook, comparte memes y stickers por WhatsApp y en el caso más avanzado tiene una arroba en Twitter. Pero muy probablemente TikTok sea un paso más allá. Quizás la suposición sea errónea, aunque de serlo, no será por mucho.
Dicho lo cual, hoy interesa hablar de Khaby Lame. El nombre, con casi toda certeza, sonará en muy pocos oídos de los aquí presentes. La imagen probablemente diga más: un joven de origen africano –nacido en Senegal, pero habitante de Italia desde que cumplió su primer año de vida– cuyos gestos faciales recuerdan a los cómicos de hace un siglo: Charlie Chaplin o Buster Keaton, por nombrar algunos ejemplos.
Lame, en videos de muy pocos segundos, se contrapone a las tendencias actuales. Mientras más complejo sea el acto que critica, más visitas tiene. Pero esa crítica no es verbal, y no es de mala leche. Es, simple y sencillamente, humor. Uno de sus videos más populares, que al día de hoy ha sido visto más de 260 millones de veces, radica en el puro acto de quitarle la cáscara a un plátano. Al principio unas manos sin cara remueven la cáscara de una manera casi imposible, al final Lame hace lo que todo ser humano común y corriente. Eso es todo.
Esa sencillez ha hecho que en unos cuantos meses su audiencia aumente de forma exponencial. Cuando los medios angloparlantes descubrieron su existencia a principios de este mes, Lame rondaba los 10 millones de seguidores. Hoy, según la última cuenta, rebasa los 76. Es, de hecho, el único tiktoker no estadunidense en el top 10 de más seguidos. (Para referencia, la segunda tiktoker no estadunidense más seguida es mexicana: Kimberly Loaiza, quien ocupa el lugar 13 con 44 millones).
Se preguntará el lector qué hacen los tiktokers aparte de Lame, o por qué tanta gente los sigue. Aventuremos tres hipótesis.
La primera, y más obvia, es que sus videos son extremadamente cortos. Un TikTok dura escasos segundos. Se puede consumir –en redes se habla de “contenido”; material de consumo– en grandes cantidades en un corto plazo. Sin embargo, la noción del tiempo muchas veces se pierde: es común derivar en horas de TikTok sin darse cuenta.
Esto lleva a la segunda hipótesis: el algoritmo de TikTok es mucho más agresivo que el de otras plataformas. Si bien su fórmula no es pública –cual salsa secreta de cadena rápida–, se sabe que este algoritmo tiene variables mucho más complejas que las de YouTube, por ejemplo. En términos llanos: TikTok conoce mucho mejor al su usuario, y a través de #ForYou, el lugar –“feed”– donde deposita esas recomendaciones, lo puede mantener entretenido –pero, más importante, conectado– durante largos períodos de tiempo.
Y la tercera hipótesis, que es de corte social: los videos de TikTok son la antítesis de los videos de Instagram. Si bien es cierto que TikTok tiene herramientas de edición mucho más complejas, la realidad es que lo que más resalta entre los primeros lugares de usuarios –por ejemplo, Charli D’Amelio, la número uno con 118 millones de seguidores– es lo ordinarios que son. Gente “común y corriente”, concepto que regresa a ser popular, que hace lip sync de canciones o repite rutinas de baile.
No hay gran complejidad, no hay una megaproducción que requiera iluminación de diversas fuentes o el trabajo de múltiples estilistas y maquillistas –y si en verdad la hay, existe para resaltar, irónicamente, la poca producción del video–. Lo único que hay es lo común, lo habitual, por llamarlo de alguna manera.
Y no es crítica, es sólo reflexión: los adolescentes enfrentan un futuro incierto, donde trabajarán más horas que sus padres, donde ganarán mucho menos dinero. Enfrentan la pandemia del siglo, y el cambio climático es la amenaza latente que los agobiará el resto de sus días.
Quizás por eso TikTok es tan exitoso: por unos segundos el usuario puede sentir un dejo de normalidad.
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