En días recientes, los usuarios de Instagram, propiedad de Meta –es decir, Facebook –, notaron cambios radicales a la plataforma. En México, cuentas irónicas como @whitexican subieron el meme a sus historias: “Hagan Instagram Instagram otra vez”, decía el texto.

La molestia fue tal que hasta dos Kardashian –las non plus ultra del mundo influencer– alzaron la voz: Instagram ya no es lo mismo, por favor regrésenlo a lo que era antes.

Y cuando las Kardashian hablan, el mundo escucha.

No por nada Adam Mosseri , la cabeza misma de Instagram, salió a defender los cambios en un video –en Twitter, curiosamente–. En resumidas cuentas, Mosseri dijo que Instagram estaba mutando, que en estos momentos no se veía su iteración final, pero que a la larga se llegaría a ella y la decisión era irreversible. Háganle como puedan.

¿Cuáles fueron esos cambios que tienen tan molestas a tantas personas? Aunque parezcan mínimos, fueron fundamentales.

Cuando Facebook inició hace ya 18 años, la idea original era tener un espacio donde pudieras ver, casi en tiempo real, qué hacían tus amigos: qué pensaban, qué compartían, a qué fiestas iban. Como decía Sean Parker en ese entonces, era lo más cercano a “vivir” en internet.

Unos cuantos años más tarde, cuando Facebook dejó de ser solo para estudiantes universitarios –para poder ingresar se requería tener un correo electrónico asociado a una universidad–, toda su estructura cambió. El punto de inflexión fue cuando “entraron los papás”, por decirlo de alguna manera. Facebook pasó de ser la red de amigos a la red de todos. Dejó de ser lo que entonces se definía como “cool”.

Al llegar todos –cual horda–, Facebook se volvió el aleph: el punto donde el universo converge. En vez de la distancia física con la que contamos en la vida real, la compresión de Facebook nos hacía enterarnos de cualquier cosa que subiera cualquier conocido –ya no era tu amigo, sino el compañero de trabajo, el primo tercero que no conocías en persona–.

Esa aglomeración, por llamarla de alguna manera, derivó en lo peor de la humanidad: pasamos de los amigos a los piolines a las teorías de conspiración. Los más jóvenes, como consecuencia, iniciaron el éxodo a Instagram.

Instagram era un nuevo Facebook, o un Facebook en sus inicios: uno seguía a sus amigos –otra vez, pero ahora solo con fotos–. Luego a famosos –un poco como Twitter– y luego a influencers –como el resto del internet–. Durante un tiempo había quienes lo describían como “su lugar feliz”: cero política, cero interferencia del mundo exterior.

Luego fue cooptado por las cuentas de memes y el cambio, si bien no masivo, fue importante. Comenzó a dejar de ser una red social de nicho o especializada y comenzó a convertirse en el resto del internet. Otra de tantas redes.

Como todo en esta vida digital, su reino fue corto. Apareció TikTok , el actual gigante, cuyos grandes atractivos son los videos y el hecho de que su algoritmo puede determinar, con bastante claridad, lo que el usuario quiere.

Y ahí perdió la batalla la otrora red de fotos, y por consecuencia Meta. Los usuarios –sobre todo los más jóvenes, los Z que ya son los consumidores más activos– huyeron una vez más.

¿Cuál fue la reacción de Meta? Al no poder comprar a su competencia –como hizo con WhatsApp o con el propio Instagram–, la intentó imitar.

Desde hace semanas, Instagram está inundado de video –Reels, se llama el producto– y de cuentas que uno no sigue pero se le “recomiendan”. Pasó de ser un espacio cerrado, íntimo, a uno de ruido y movimiento constante. Alguien en Twitter lo definió como un ataque a los sentidos.

Por eso la ira de las Kardashian. La red perdía su identidad, y los influencers –junto con los usuarios de a pie– perdían el gusto de utilizarla. Pero crecimiento mata satisfacción de consumidor.

La pregunta obligada es qué sucederá cuando la base que usaba Instagram en su versión anterior se aleje de esta nueva, y la generación Z , la gran apuesta de crecimiento, no se acerque por pensar –no sin cierta evidencia– que este producto se parece mucho al que les gusta pero no es lo mismo.

Las opiniones vertidas en este texto son responsabilidad de su autor y no necesariamente representan el punto de vista de su empleador.

 

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