Faltan poco menos de dos meses para la elección presidencial de Estados Unidos. Contrario a lo que se esperaba hace unos meses, cuando las encuestas daban amplia ventaja a Joe Biden sobre Donald Trump, la contienda está más reñida que nunca. Estados como Arizona o Florida podrían decantarse por uno u otro candidato, o peor, llevarnos al escenario del año 2000: el famoso too close to call que terminó en la Corte Suprema del país vecino, y que derivó en los ocho años de George Bush hijo. A Bush, vale la pena recordar, le tocó el 11 de septiembre, y su respuesta a los atentados de ese día definió la geopolítica del siglo actual.
Cuatro años más de Donald Trump tendrían un efecto mucho peor a nivel global. El actual presidente, un negacionista recalcitrante del cambio climático, dirige una política ambiental destinada a multiplicar la catástrofe climática que ya vemos: botón de muestra son los incendios de California esta semana, que parecen sacados de Blade Runner –película de 19821 situada en 2019, dicho sea de paso–. Su reacción ante la pandemia de coronavirus ha desnudado al imperio: el país que más ha sufrido, el que más incompetencia ha mostrado, ha sido el que él gobierna. Con otros cuatro años al timón las cosas podrían empeorar. No sólo para quien fuese el hegemón mundial del siglo pasado, sino para un planeta que sigue dependiendo de él para cosas tan básicas como el comercio entre naciones –huelga decir que el inglés sigue siendo la lingua franca del mundo y el dólar su divisa.
Sin embargo, el entramado geopolítico y sus consecuencias tienen sin cuidado a por lo menos la mitad de la población de nuestro vecino del norte. Ahí están las encuestas, en las que gran parte del electorado se decanta por un supremacista blanco cuyo mérito previo fue salir en la televisión. Ahí está, también, el silent vote, o el voto silencioso, de quienes se saben juzgados por preferir a Trump pero igual lo elegirán en la privacidad de la casilla.
Pero tampoco debería de sorprendernos. Como bien desmenuza Jorge G. Castañeda en Estados Unidos: en la intimidad y a la distancia (Debate, 2020), bajo Trump el racismo se ha convertido no sólo en algo aceptable sino en algo fomentado. Las corporaciones policiacas asesinan a personas con base en su color de piel, los movimientos fascistas salen a las calles con armas porque se saben protegidos y aplaudidos.
Los peores impulsos del hombre blanco, externados a través de los linchamientos del siglo XIX y el siglo XX, a través de la esclavitud del siglo XVII y del siglo XVIII, vuelven a ser cosa del día a día. Sólo se necesitaba que uno de ellos llegara a la Casa Blanca.
Porque ésa ha sido la clave de Trump y de otros líderes que crecen bajo su cobijo: vender la idea que que él es one of us, uno de los nuestros. Trump no tiene nada que ver con sus votantes; en más de una ocasión se ha burlado de ellos, con ninguno se sentaría a cenar. Pero con un par de espejitos es suficiente para distraerlos. Podrá no importarle la teoría de conspiración de moda (QAnon), ni entender sus consecuencias, pero si a su público le gusta, le da un espaldarazo. Pudo saber –como se demostró ayer con el adelanto del nuevo libro de Bob Woodward– que el coronavirus causaría destrucción masiva si no se detenía a tiempo. Pero por no querer alarmar a sus votantes, por no querer perder su apoyo, minimizó la pandemia. Porque lo importante era lo que pensaban ellos y nada más. Un Nerón del siglo XXI, con Twitter en lugar de lira.
Todos sabemos en qué terminó el reinado de Nerón, en guerra civil. Hoy el riesgo en Estados Unidos es el mismo: de mantenerse Trump en el poder se atizará la violencia desde el gobierno; de perder, sus huestes están listas para salir a las calles e iniciar el conflicto armado –conatos se han visto varios en las últimas semanas.
Para Castañeda –quien ve el vaso medio lleno– lo necesario es que Estados Unidos se reinvente, como lo hizo Roma, y deje atrás lo que para él es un episodio –Trump– y no una tendencia.
Para quien esto escribe –quien mira el vaso medio vacío– Trump semeja un síntoma de algo más grave, y el imperio del norte cada vez luce más falto de ideas para renacer.
En 53 días sabremos quién de los dos tuvo razón. Espero no ser yo.