Se habla en estos días de una reunión entre el presidente mexicano y el presidente de Estados Unidos. En México se le intenta dar el spin de una reunión trilateral –junto con Canadá, que aún no ha dicho nada– con motivo de la entrada en vigor del T-Mec, el nuevo tratado de libre comercio. En Estados Unidos, en cambio, se busca apuntalar a Donald Trump, quien pierde terreno en las encuestas rumbo a la reelección en noviembre.
Para el presidente mexicano sería su primer viaje fuera del país desde que asumió el puesto. Para Trump sería el bálsamo que ya le funcionó en 2016 cuando pisoteó Los Pinos: al estar cara a cara con su contraparte mexicana puede aprovechar para anotar unos cuantos touchdowns a costa de México y devolverle el vigor a su base electoral. Es un evento para relanzar la campaña que hoy hace agua.
Visto de una manera racional, el presidente mexicano va al matadero. Una vez más se tomaría partido en la contienda presidencial vecina, y una vez más se expondría la investidura presidencial –ésa que tanto gusta decir que se cuida– al maltrato de un hombre que si se le permitiera la utilizaría como servilleta sin pudor alguno. Con la fotografía de la reunión Trump podrá inventar lo que sea a posteriori. Así opera siempre.
Pero si algo han demostrado los últimos meses es que la racionalidad de unos no es la de otros. Bien lo dice la periodista rusoestadunidense Masha Gessen en su libro más reciente: las categorías de antes no sirven para entender los procesos de ahora. Mientras uno espera que conceptos como Estado de derecho, legitimidad, opinión pública, todos aquellos pilares de la democracia liberal de los últimos siglos, se mantengan vigentes, la realidad es que ya no alcanzan para mucho. Apunta con tino Gessen: con el lenguaje equivocado es imposible describir lo que nuestros ojos ven. Si utilizamos términos de peces para hablar de elefantes no llegaremos muy lejos. Estamos en territorio nuevo.
La periodista se refiere, por supuesto, a lo que está haciendo Donald Trump con Estados Unidos. Sin embargo, lo que describe en su nuevo libro es en su mayoría aplicable, letra por letra a lo que sucede en nuestro país. Tres ejemplos.
Número uno: el desmantelamiento sistemático de instituciones. Allá la primera fue la Environmental Protection Agency, encargada de la protección del medio ambiente. Acá han sido la Comisión Reguladora de Energía, la Comisión Nacional de Hidrocarburos y ahora la Comisión Nacional de Áreas Nacionales Protegidas, por nombrar algunas.
En materia electoral lo mismo. En Estados Unidos hay elección presidencial en noviembre, en México estatales y federales el próximo año. Allá Trump carga con antelación en contra del sistema electoral. Acusa un fraude masivo.
Acá esta semana el presidente se autodenominó “guardián de la democracia” y descalificó preventivamente al Instituto Nacional Electoral. Se trata de sembrar la semilla de la desconfianza: el fraude es inevitable. Por eso hay que desaparecer al árbitro.
Número dos: los ataques a la prensa. Si de algo gustan ambos es de vilipendiar a los medios. Trump los llama fake news y enemies of the people, nuestro presidente los llama conservadores, corruptos y neoliberales.
Ambos dicen que nadie ha sido tan atacado por el cuarto poder como ellos. Para Trump sólo Lincoln la pasó peor –a Lincoln lo mataron–; para nuestro presidente sólo Madero –a él también–. Desacreditar a la prensa sirve para tener un enemigo perpetuo, alguien en quién descargar la furia cuando las cosas salen mal. Y sirve para alterar la percepción de la realidad: si todo lo que los medios dicen es falso, cuando digan algo cierto no importará porque siempre mienten.
Es el desmantelamiento de otro pilar.
Número tres: lo transparente de sus intenciones. En campaña Trump dejó claro qué es lo que quería: unos Estados Unidos blancos, como los de antaño. Donde no hubiera inmigración. Donde él fuera la única voz. De ese guion no se ha salido.
Acá igual. Todo lo que hace el presidente cumple a pie juntillas con lo que escribió en 2018: la salida, su panfleto de campaña. Gastar todo el dinero en Pemex sin importar los costos, ahorcar al Estado en nombre de la austeridad.
Quienes se refieren a ambos como “genios comunicativos” o de “manipuladores maestros”, quienes piensan que se juega un ajedrez de cinco dimensiones ven complejidad donde no la hay. Ambos presidentes son lo que son y siempre han sido así. Están llevando a cabo su visión de país.
No por nada el presidente de allá se refiere en privado al de acá como Juan Trump. Son figuras para las que no estábamos preparados, y para las que hay que ajustar las categorías de entendimiento lo antes posible.
Por cierto, el libro de Gessen se llama Sobrevivir a la autocracia.
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