Días aciagos para la prensa mexicana: media decena de periodistas asesinados en lo que va del año, y apenas es febrero. Como ya es costumbre heredada desde tiempos inmemorables, las autoridades lo primero que hacen es descalificar. “Ni eran periodistas”, se escucha, como en sexenios anteriores.
No solo eso, la andanada aumenta. Desde la máxima tribuna, desde las plumas oficiales. El ataque contra quienes tienen como trabajo revelar la verdad arrecia. “Chayoteros”, “vendidos”, “están enojados porque ya no reciben dinero”, palabras de odio puro ante lo que no pueden controlar.
Sin los medios y sin los periodistas sabríamos todavía menos de lo que en realidad sucede en este país. Porque sin el periodismo, como dice el lema del Washington Post, la democracia muere en la oscuridad.
Y no es un juicio de valor de quien esto escribe. Baste con recordar algunas de las piezas más importantes de la historia del periodismo para entender su valor y por qué no se le puede silenciar.
Ahí está Watergate, la investigación legendaria de Bob Woodward y Carl Bernstein. Si ambos reporteros no hubieran jalado la madeja de lo que al inicio parecía un simple robo a una habitación de hotel, el presidente más corrupto en la historia de Estados Unidos se hubiera mantenido en el poder. Gracias al trabajo de estos dos periodistas, Richard Nixon renunció en desgracia, y el presidente rindió cuentas ante la sociedad. Periodismo.
O el reportaje de Seymour Hersh sobre la masacre de My Lai en Vietnam, donde soldados estadunidenses cometieron crímenes de lesa humanidad en contra de pobladores inocentes. La historia de Hersh fue clave para que Estados Unidos abandonara la Guerra de Vietnam.
Y qué decir de la enemiga número uno del poder en estos tiempos, cuyo equipo conformado por Daniel Lizárraga, Rafael Cabrera, Irving Huerta, y Sebastián Barragán hizo la revelación más importante en lo que va del siglo XXI mexicano: el presidente pasado poseía una casa construida por uno de sus contratistas preferidos.
Muchos callan hoy, o abiertamente desconocen el trabajo de Carmen Aristegui porque ahora contraviene a sus intereses, pero La casa blanca condujo a la alternancia política que se daría unos años más tarde. Así, tal cual.
(Eso sin mencionar los reportajes de La estafa maestra, que dejaron al descubierto la podredumbre previa.)
El periodismo incomoda. El periodismo revela. Y el periodismo permanece.
Unas columnas atrás decíamos que la historia probablemente no juzgue a nadie, y lo seguimos sosteniendo. La impunidad tiene las de ganar.
Pero el periodismo sirve, al menos en los instantes previos a los epítetos en redes y conferencias, para demostrar que todo aquel que cruza el pantano termina manchado, aunque sostenga lo contrario.
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