Hace unos días se desató el pánico masivo en redes por una nueva variante de covid. En un inicio se le llamó “nu”, pero la OMS –la Organización Mundial de la Salud– le cambió el nombre porque “nu” suena a “new” (nuevo) en inglés, lo cual podría detonar cierta confusión dado que en un inicio al coronavirus se le decía “new coronavirus”.
Pronto se le cambió el nombre a “ómicron”, una de las letras del alfabeto griego. Ya habíamos pasado, entre otras, por la variante delta, la más contagiosa hasta ahora.
Con la aparición de ómicron vino la oleada de miedo. Dado que delta había tenido efectos importantes a nivel mundial, las primeras palabras que se dijeron sobre la nueva variante generaron una pequeña crisis: el precio del petróleo cayó, las bolsas también, y varios países comenzaron a cerrar sus fronteras. Otra vez lo mismo, dijo el planeta.
El hecho de que ómicron fuera detectada por especialistas sudafricanos generó una discriminación inmediata: los vuelos del sur de África a Occidente han sido detenidos, a pesar de que se detectaron casos de ómicron en Europa antes que en África. El pecado de los científicos sudafricanos fue ser buenos en su trabajo: dado que el país ha destinado dinero al análisis de virus y enfermedades –pensemos en el ébola–, tiene un muy buen sistema de detección. Ómicron ya existía, y no es endémica, que sepamos, de África. Pero hoy el sur del continente está en una especie de cuarentena obligada por Europa. Siempre es más fácil culpar al subdesarrollo.
Eso por un lado. Por otro lo que llama la atención fue el pánico que se desató en redes y medios. Que si ómicron podía vencer a las vacunas actuales, que si su tasa de contagio es mucho mayor, que si es un asesino silencioso. Como medios de comunicación, y como usuarios de redes sociales, siempre tenemos la opción de decir “no sé”. Porque ni los propios científicos saben bien. Los especialistas nos dicen en estos momentos: esperen a los resultados. En un par de semanas sabremos a ciencia cierta con qué estamos lidiando. Mientras tanto, sean precavidos. No corran como pollos sin cabeza.
Pero no, eso no sucedió. Los ejecutivos que lideran os laboratorios encargados de las vacunas más conocidas dieron versiones contradictorias. Uno dijo que ómicron podría ser más poderoso que su vacuna, y que ay, nanita. Otro dijo que no había qué preocuparse. La OMS le dijo a ambos que mejor esperaran antes de infundir miedo desde sus posiciones de poder.
Si uno entraba a Twitter la semana pasada, o si consultaba las principales portadas de los diarios, parecía que el Armagedón estaba cerca. En parte porque los medios recopilan lo que pueden de donde sea, en parte porque las redes son buenas para descontextualizar. Que si una científica sudafricana dijo esto, que si un especialista inglés dijo lo otro. El periodismo científico es harto complicado, y muchas veces es difícil distinguir credenciales. No porque alguien tenga un grado en una ciencia exacta es especialista o autoridad; de hecho, proliferan los charlatanes que hoy se hacen llamar epidemiólogos. Pocos se dan la tarea de investigar sobre quiénes son estas personas, la mayoría toma sus dichos como verdad incuestionable.
En nuestro país, como ya es costumbre desde 2018 para acá, el péndulo se fue hasta el otro extremo. Igual, sin información contundente, dado que aún no existe, se nos dijo que la variante no era de importancia. Que todo siga igual, que la gente salga a la calle. Que si se quiere abrazar se abrace. La irresponsabilidad frente a lo desconocido.
Pero bueno, sirvan estos renglones para algo: para sugerir prudencia. No sabemos lo suficiente de ómicron para hacer juicios de valor, mucho menos juicios sumarios. En lo que la ciencia nos revela los datos y conseguimos entender con qué lidiamos, lo mejor es cuidarnos. A diferencia de hace unos meses, tenemos claro que el virus se transmite por el aire. No por las manos, no por los pies, por el aire. Cubrámonos la boca y la nariz cuando estemos con otras personas, evitemos espacios cerrados en la medida de lo posible, y seamos sensatos.
No caigamos en el pánico o en la complacencia. Ya sabemos que, a casi dos años de que se desató este embrollo, hay muchos medios, tuiteros y autoridades que todavía no aprenden absolutamente nada.
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