Desde hace ya varios meses, los milmillonarios responsables de las principales compañías tecnológicas hablan de un nuevo ¿lugar? ¿estado de conciencia? Bueno, hablan de algo.

Ese algo es el "metaverso". Los más cínicos diremos que es la nueva ocurrencia, los más fieles creyentes del futuro tecnológico positivo dirán que es un cambio de paradigma —por utilizar otro concepto que ha perdido significado en tiempos recientes.

El metaverso no es otra cosa que una realidad virtual perpetua. Quien haya leído "Ready Player One" de Ernest Cline, o visto la película homónima de Steven Spielberg lo entenderá a la perfección: se trata de vivir en un mundo virtual donde uno gasta su dinero, donde lleva sus relaciones sociales, donde existe a la par de la realidad. Es un espacio paralelo.

Según los evangelizadores de este nuevo concepto, el mundo está ávido de vivir así. ¿Y por qué no? En papel suena incluso utópico: la idea de volver a empezar de cero, de poder elegir un fenotipo, de cambiar de ser. ¿Quién no quisiera determinar los pilares de su existencia? En un mundo donde origen es destino, un metaverso suena como un gran escape. Un mundo donde uno se puede diseñar a sí mismo desde cero.

Sólo que no es tal. Porque como todo en este capitalismo tardío, el metaverso será gobernado por compañías, no por Estados. Responderá al dios dinero: quien lo tenga llegará lejos, quién no sólo repetirá el ciclo de pobreza que ya cursa día con día.

Esto sin tomar en cuenta el daño ecológico que viene, y para eso las imágenes de cine son mucho más ilustrativas y necesarias de ver: pensemos en un mundo donde no haya una sola planta, donde la energía eléctrica consuma todos los recursos del planeta. Una especie de Matrix, película precursora del tema. Las máquinas por encima del individuo.

Porque operar una red no es sólo conectar un cable a la pared. Es extraer energía, es quemar combustibles fósiles, es sostener a la especie humana a expensas de la Tierra.

Pero nos dicen que esto es lo que queremos y eso nos darán. Porque, a fin de cuentas, la decisión no la tomamos nosotros.

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