Si uno se asoma a las redes en esta semana postelectoral, encontrará –como de costumbre– lo que se conocen como “hot takes” o análisis al calor del momento: conclusiones rápidas con la información disponible que muchas veces buscan cimentarse como axiomas. Difícil encontrar análisis balanceados, y cuando llegan a aparecer, los dos extremos los califican con el epíteto de moda, “tibios” y por lo tanto inútiles.

Porque en el internet todo es una cuestión de vida o muerte. Las medias tintas son vistas como pusilánimes, el espacio para los matices inexistente. En el internet se trata de tener la opinión más visceral de todo, sea del lado que sea. No sólo por la dopamina –documentada en estudios– que liberan los “me gusta” y los retuits, sino por un sentimiento de pertenencia. Las redes sirven para dividir el mundo en clanes, como si se tratara de los feudos japoneses del siglo XVI: mi grupo contra el tuyo en una batalla a muerte. En el internet todo es confrontación.

Sólo que ahora, por suerte, no hay katanas. Hay insultos y conclusiones estruendosas. La elección del seis de junio asestó un golpe mortal al grupo en el poder, se lee de un bando. Están de rodillas. “Les vendimos espejitos”, se lee de otro: bola de estultos que piensan que ganaron cuando en realidad los humillamos.

Sobra decir que el resultado electoral es mucho más complejo y da para muchas más palabras que los 280 caracteres que ofrece Twitter. Pero para cuando se escribe un análisis más reflexionado y se publica, el internet ya se mudó al siguiente escándalo, a la siguiente línea de conflicto.

Esa línea, aunque a algunos les parezca risible, pasa por los memes. Quien esto lee seguro habrá visto alguna variación del “Muro de Pejín”, aquel mapa superficial que divide a la Ciudad de México justo por la mitad a raíz de los triunfos electorales el domingo en la capital. Del lado izquierdo, el azul, los ricos. Del derecho, el guinda, los pobres.

Poco importa que esos dibujos simplifiquen hasta el absurdo la realidad: sabemos que las alcaldías no son uniformes, que no es que un partido haya obtenido la totalidad de votos para definirla de un color. Tampoco es que al cruzar ese famoso “muro” deje de existir la pobreza de un lado, o no haya gente acomodada del otro.

Eso es lo de menos, porque para los memes, expresiones preverbales que muchas veces conllevan el endurecimiento de los prejuicios, lo complejo es anatema y de ahí su éxito. No sólo generan risas –dopamina, una vez más–, sino que transmiten algún tipo de información de manera casi inmediata. Como cuando uno lee el encabezado de la nota pero no su contenido: se queda con lo mínimo y eso le parece suficiente. Podríamos jugar al huevo y la gallina: si el meme expresa un prejuicio, o lo crea y después se refuerza al exterior del mundo virtual. La realidad, como siempre, es más compleja: el meme es parte de un proceso. Quien divide a la capital en dos lo hace por dividir el campo ideológico también; quien consume el meme puede reafirmar su creencia previa o incluso convertirse a una nueva. Y una vez que se agarra de esa identidad no la suelta: es parte del sentimiento de pertenencia. Nosotros contra ellos.

Podrá parecer que hablamos de banalidades, más si lo aquí descrito se contrasta con la violencia en el mundo exterior, donde casi un centenar de políticos fue asesinado en el proceso electoral.

Sin embargo, con una población joven, con un internet en camino a la pronta ubicuidad, no es descabellado pensar que aquellas guerras ideológicas que se gestan en la red terminen por invadir nuestras calles.

Ahí está el seis de enero en Estados Unidos como botón de muestra.

Las opiniones vertidas en este texto son responsabilidad de su autor y no necesariamente representan el punto de vista de su empleador.

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