Si uno presta atención a los nuevos mercados, como el de las criptomonedas , verá que han sido días muy difíciles para los inversionistas. Entre reportes de robos a carteras digitales , descubrimiento –muy tardío– de que los NFTs no son más que una tomadura de pelo, y ahora la caída de las llamadas “stablecoins” –cuyo nombre, irónicamente, sugiere que son estables, el mundo de las criptomonedas pasa por tiempos turbulentos.

Pero no sólo es ese mercado virtual –y artificial– que no ve la luz al final del túnel. El mercado real, por llamarlo de alguna manera, tampoco la pasa bien: las acciones y su valor dan vuelcos muy erráticos que no se asocian a la realidad de las diversas industrias.

A eso sumémosle que los servicios en línea, entre ellos el streaming que entró en boga hace una década, parecen haber topado en cuanto a suscriptores se refiere. Ya no digamos las redes sociales, que pierden usuarios y no los recuperan. Algunos aparecen en otra red semanas después. Pero no hay manera de saber en cuál, porque existen tantas: Clubhouse que vino y fue, BeReal, y nos podemos seguir.

Hemos llegado a un período del futuro, que ya no posmodernidad, donde el rumbo, o más bien el mapa, se tornan borrosos. No es la poshistoria de Fukuyama, que declaró el fin de todo con la caída del Muro de Berlín hace 30 años. No es un final feliz. Es más bien una especie de purgatorio sin ideología definida.

Sí, están los etnonacionalistas, de quienes hemos hablado largo y tendido en este espacio. Los populistas también, así como los que nos aferramos –me incluyo– al viejo orden liberal con reglas definidas. Pero todas estas ideologías no logran ajustarse al momento en que vivimos.

¿Quién hubiera pensado hace 20 años que la economía global se volcaría a una moneda ficticia hecha, de manera literal, de código binario? ¿Quién hubiera dicho que la televisión y el cine mutarían en algo indistinguible?

Pongámoslo así: en la última década los grandes éxitos taquilleros son películas de superhéroes, franquicias o “remakes”. El cine original no genera la venta en taquilla de antaño. Los grandes torneos deportivos son una sucesión de choques que en realidad no valen nada; aunque emocionantes, los duelos de los deportes más vistos involucran casi siempre a la misma media docena de equipos. No en balde la UEFA se tuvo que inventar un torneo continental de tercera categoría para que los equipos más pequeños pudieran aspirar a un trofeo.

No es fatalismo, pero sí quizás fatiguismo, y generalizado. ¿No nos pasa que leemos las mismas columnas todos los días en los periódicos (incluida ésta, quizás)? ¿Que la nueva serie de detectives es indistinguible respecto a la anterior? ¿Que seguro ya no recordamos la final inolvidable del año pasado de la liga más importante?

El futuro que hoy habitamos es una colección de tedios, una especie de purgatorio fragmentado.

¿Se habrán sentido así quienes vivían en los Felices años 20 del siglo pasado? ¿O es simplemente que la actualidad ofrece todo, pero en realidad no ofrece nada?

Las opiniones vertidas en este texto son responsabilidad de su autor y no necesariamente representan el punto de vista de su empleador. 
 

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