En su concepción original, la frase “capitalismo tardío”, acuñada por el economista marxista Ernest Mandel, se refiere al nacimiento de las multinacionales en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial. En su concepción actual, el “capitalismo tardío” es más bien la descripción de los absurdos que nuestra estructura económica nos brinda día con día: desde empresas que utilizan a “especialistas en felicidad” para mantener el ánimo de los empleados, hasta gente que paga miles de dólares por fotografías de pies.

Parte de este capitalismo tardío se refleja en el boom de las criptomonedas, las cuales hemos descrito aquí con anterioridad. La más popular, o al menos la más conocida, es Bitcoin, cuya característica principal es que no se encuentra atada a ningún banco central. El valor de la criptomoneda lo determina el mercado, y su volatilidad es mucho mayor que la de gran parte de las monedas del mundo; por ello, el uso principal de Bitcoin es la especulación.

Esto se debe, en gran parte, a que las criptomonedas como tal no responden a ninguna necesidad humana –los libertarios dirán que sí, que corresponde a la independencia de un sistema financiero global–, y su uso diario es tortuoso. En días recientes ha circulado un video de un turista estadunidense en El Salvador, el primer país del mundo en adoptar la criptomoneda como moneda de curso legal: intenta e intenta pagar una cerveza sin éxito. Que algo tan sencillo como comprar una bebida –se intercambia dinero físico o se usa una tarjeta de débito– sea el triple de tardado con una criptomoneda refleja que al día de hoy no es un sistema funcional para transacciones diarias.

(En países con sanciones internacionales, como Irán o Venezuela, también dirían otra cosa: dado que el bitcoin funciona en una esfera aparte, es común que las transferencias desde el extranjero a ambos países, cuyos gobiernos están en listas negras a nivel mundial, se hagan ahora en criptomoneda para evitar a las autoridades financieras del sistema mundial.)

Sin embargo, esta falta de uso práctico no ha evitado el auge de empresas que se dedican en exclusiva a invertir o manejar portafolios de criptomonedas. Con la valuación de ellas en niveles históricos, quienes invirtieron en carteras de bitcoin desde un inicio hoy tienen fondos considerables. No a nivel de un fondo soberano como los emiratos de Medio Oriente, pero sí lo suficiente como para patrocinar un estadio de basquetbol, como el de los Lakers de los Ángeles, o poner su nombre como segundo patrocinador en la camiseta de uno de los tres equipos más caros de nuestra liga de futbol. Inclusive se dijo, al anunciar este último patrocinio, que el estadio del equipo aceptaría pagos en la moneda, lo cual resulta secundario dado que pagar con ella es lo impráctico de lo impráctico.

Quizás la prueba más contundente de que las criptomonedas no han logrado consolidarse como algo más que un objeto especulativo es el hecho de que la industria global de pornografía no las ha adoptado aún, o no de manera generalizada. Suena a broma, pero es una de las reglas de la industria, en particular la digital. Botones de muestra: tanto los videos en formato BETA como los HD DVD, sucesores a los DVD, perdieron la batalla contra VHS y Blu-Ray, respectivamente, porque la industria de entretenimiento para adultos eligió estas últimas dos. Si hablamos de un mercado anual de miles de millones de dólares, que las criptomonedas aún no sean su formato estándar de pago nos dice que todavía hay trecho por recorrer para que sean de uso generalizado, o que tal vez nunca lo sean.

Mientras tanto, el valor de las criptomonedas fluctúa. ¿Tenemos una burbuja en puerta? Es posible.

Otro síntoma del capitalismo tardío: un bien que no tiene mayor uso, que genera riqueza a través de la especulación, que en una de esas deja pobre a muchas personas, y que en realidad no existe.

Las opiniones vertidas en este texto son responsabilidad de su autor y no necesariamente representan el punto de vista de su empleador.

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