Estados Unidos vive un ciclo perpetuo de elecciones. Sea una elección especial para reemplazar a un diputado o senador que renuncia –por acoso, por sobornos, por vejez–, sea porque la renovación de la Cámara Baja es cada dos años o porque las primarias para elegir candidato presidencial cada vez empiezan antes. Pero si uno enciende el televisor –si es que todavía tiene televisor– o visita los sitios de internet de los principales medios, encontrará siempre en la página principal la misma noticia: Donald Trump viene de regreso.
Este texto no es un lamento previo ante lo inevitable, pero sí busca explicar por qué Trump será –salvo que las autoridades fiscales lo detengan antes de 2024, lo cual es altamente improbable; o que su salud se lo impida– el candidato presidencial del partido Republicano y el probable presidente de nuestro país vecino para el período 2024-2028. Algunos puntos a tomar en cuenta:
1. El trumpismo se hizo más fuerte al perder el poder. Prueba de ello es la insurrección del 6 de enero de 2020, prueba de ello es –por más descabellado que suene– todos los ataques a sobrecargos en vuelos estadunidenses, que cada vez son más. El 6 de enero del año pasado, como todo el mundo sabe, seguidores de la teoría de conspiración de Q, y del entonces presidente Trump, intentaron detener la certificación de la elección presidencial de 2019. No lo consiguieron pero sí invadieron el Congreso, algo que se creía imposible en el país que se autodefine como el hegemón mundial.
En tiempos recientes es cada vez más común leer o ver videos de pasajeros que se rehusan a cumplir con las reglas de vuelo en avión; en particular, el uso de cubrebocas. Notas sobre cómo pasajeros han tenido que amarrar con cinta de aislar a pasajeros –siempre trumpistas– o que sobrecargos han sido golpeadas por personas que se niegan a acatar la ley. La sociedad estadunidense va en una tendencia que aún puede ser revertida, pero que muestra su peor cara: aquella en la que la ignorancia es reina y el estado de Derecho desaparece poco a poco.
Estos dos casos son síntomas: el trumpismo es cada vez más agresivo y cada vez más capaz de utilizar esa violencia para conseguir sus fines. Ya no es tan difícil creer que en la elección presidencial que se celebrará en 2023, el trumpismo salga a las calles para amedrentar a posibles votantes, o que si el resultado electoral sea cerrado –como se espera–, haya violencia generalizada.
2. Los congresos locales, muchos de ellos controlados por el partido Republicano, están modificando sus leyes electorales para tener mayor control sobre la certificación de resultados: en 2020, como nunca se había intentado, revertir la elección que Joe Biden había ganado democráticamente fue imposible. Sin embargo, con nuevas leyes –que buscan anular la voluntad de los votantes–, modificar resultados al gusto del partido dominante –siempre el republicano, vale la pena recalcar– será más sencillo. No importa la falta de evidencia, no importa la subversión de la ley: los políticos estadunidenses se alejan día con día de la democracia.
3. Los dos partidos del sistema estadunidense están compitiendo en planos distintos. Mientras el partido Demócrata sigue creyendo que opera en una democracia funcional en la que puede negociar con sus rivales para aprobar leyes vía consenso, el partido Republicano juega por fuera de cualquier norma democrática. Basta con ver la aprobación de la ley de Infraestructura hace unos días: 13 republicanos rompieron filas y votaron con los demócratas; congresistas como Marjorie Taylor-Greene “doxxearon” a los “traidores” al dar a conocer sus números telefónicos y direcciones. El resultado fueron amenazas de muerte para ellos y para sus familias por votar una ley de infraestructura. No era una ley que debiera generar mayor problema. Pero a ese nivel ha llegado la violencia política.
No es coincidencia que un diputado republicano, Paul Gosar, haya difundido un video animado en el que él asesinaba a una diputada demócrata, Alexandria Ocasio-Cortez.
4. La popularidad de Joe Biden está por los suelos. El hoy presidente de Estados Unidos –cuya avanzada edad es cada vez más notoria– no levanta en las encuestas. A pesar de ello ha anunciado que buscará la reelección. De no ser el caso, su eventual sucesora –la vicepresidenta Kamala Harris– tampoco es una figura popular. Sin un liderazgo fuerte, el partido Demócrata –que probablemente pierda la mayoría en el Congreso el próximo año– está en una situación de peligro: no tiene los números para vencer a un partido que si algo tiene claro es que Donald Trump es lo único que existe en su órbita.
Los republicanos serán el partido de Trump sí o sí, y sus ideas extremas se esparcen a galope por el territorio nacional. A esto hay que agregar que el sistema electoral favorece al candidato republicano, por lo que Donald Trump avanza sin mayor obstáculo para recuperar la Casa Blanca.
Bajo advertencia no hay engaño, y un segundo mandato de Trump haría ver el primero como un viaje a Disneylandia.
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