El domingo, como cada año, se celebró la entrega de premios de la Academia, aquellos conocidos de manera popular como los Óscar . La transmisión, como ha sido costumbre en los últimos años, tuvo una cantidad de público bastante baja: para nadie es secreto que incluso prepandemia los premios ya no generaban el interés de antes.
Pero, de repente, vino el momento de viralidad. Después de que el comediante Chris Rock hiciera un chiste sobre la apariencia de Jada Pinkett Smith , Will Smith –esposo de Pinkett, nominado y posterior ganador en la categoría de Mejor actor– subió al escenario y le pegó una cachetada a Rock. El momento no se transmitió en vivo en la televisión estadunidense, que rápido cambió la imagen. Pero en otras emisiones alrededor del mundo, la cachetada y las palabras posteriores de Smith hacia Rock las observaron todos. Según medios de entretenimiento, más de medio millón de personas sintonizaron el evento después de enterarse de lo sucedido.
Lo que hasta ese entonces había sido una entrega de premios intrascendente, al instante se convirtió en una atracción viral. De inmediato los stickers de WhatsApp , los memes en redes, los chistes, los análisis –eso que en Estados Unidos se conoce como “hot takes”, o textos al vuelo–. Lo de siempre, pues.
Pero algo interesante ocurrió al mismo tiempo. Si bien vimos lo de siempre –y algunos memes fueron en verdad buenos–, también se generó un discurso antiviral. Una especie de contraidea de “qué flojera, vamos a estar hablando de esto durante los próximos cinco días”. Una especie de fatiga de la viralidad.
Perfectamente entendible: la viralidad se ha vuelto constante. Si uno no se conecta a la red ya no digamos en días, sino en horas, corre el riesgo de perderse en la conversación. Sea, desde hace tiempo, el tema de los “lords” y las “ladies” en el país, o sea la discusión del famoso vestido hace unos años (¿de qué color era?). Pero esta modalidad de “siempre conectados” termina por pasar factura. El famoso “FOMO”, “Fear of missing out”, miedo a perderse el evento, ya es cuantificable.
En la red todo se horizontaliza: da lo mismo que se trate de, por poner un ejemplo extremo, la invasión rusa a Ucrania, que una decisión del VAR en la eliminatoria mundialista. Todo vale lo mismo en internet, todo se discute igual. Esta horizonalidad, que también puede entenderse como un aplanamiento de la conversación pública, termina por quitarle interés a lo que en verdad importa. Achata la realidad y la vuelve intrascendente.
El periodista estadunidense Anand Giridharadas lo explicó muy bien. Minutos después de la cachetada, que ya tenía a las redes encendidas, Giridharadas tuiteó una liga a lo que llamó el mejor análisis sobre el tema. En realidad la liga llevaba al último reporte internacional sobre el cambio climático, que hacía notar cómo los polos del planeta experimentan temperaturas nunca antes vistas. Tan extremas las temperaturas que diversos científicos se han declarado en verdad confundidos por los datos.
Pero claro, como el calentamiento global no es memeable, a casi nadie le importó.
La realidad cansa, la viralidad lo hace todo igual. El gran problema es que nos estamos volviendo inmunes o indiferentes. La cachetada del domingo nos demostró que ya nada nos despierta.