Parece que fue hace décadas por lo rápido que se mueve el mundo noticioso, pero apenas hoy se cumplen cuatro meses de que un grupo de fanáticos estadunidenses, seguidores de la teoría de conspiración de QAnon, lograron ingresar al Capitolio de Estados Unidos y detener por varias horas la certificación de la elección presidencial.

El tema, en una sociedad con poca memoria, ha quedado atrás, pero los medios han seguido escarbando: con datos y evidencia a la mano, se ha demostrado que la intención de al menos parte de ese grupo que buscaba comenzar una insurrección nacional era secuestrar a los legisladores que se encontraban en ese entonces en el Congreso.

Los seguidores de QAnon, como hemos discutido previamente en este espacio, creen –o creían– que Donald Trump era un justiciero que el 20 de enero, día en el cual Joe Biden lo reemplazó en el cargo, develaría una conspiración internacional liderada por miembros del partido Demócrata: según los seguidores de Q, los demócratas, seguidores del Satanismo, se dedicaban a abusar sexualmente de menores y después a practicar canibalismo sobre sus cuerpos.

Muchos se desilusionaron cuando el día del juicio, como le llamaban, no fue tal. Otros, sin embargo, se mantuvieron firmes. Si Trump no liberaba al mundo de esta conspiración el día 20, seguro lo haría después. Sólo era cuestión de fe.

Previo al auge de la conspiración de QAnon –que, según encuestas, llegó a ser creída por millones de estadunidenses–, surgieron muchos otros movimientos que pueden calificarse como sectas: grupos de personas con creencias extremadamente arraigadas respecto a un tema o un líder. Existen sectas religiosas, o seculares. Políticas o apolíticas. Y desde siempre aquellas que proclaman el fin del mundo, como por ejemplo la liderada por Jim Jones en Guyana, donde casi 1,000 personas murieron en 1978 por órdenes del propio Jones.

En tiempos más recientes tenemos el caso de NXIVM, donde ciudadanos estadunidenses y mexicanos se rindieron ante Keith Raniere, un embaucador que hoy cumple una condena de cadena perpetua por trata de personas.

Sin embargo, la escala ha cambiado. Debido al auge de las redes y de la comunicación instantánea las sectas ahora son más fáciles de crear y desarrollar porque el mensaje es más sencillo de esparcir. QAnon creció de la nada a partir de 2017; para 2020 era una de las ideologías políticas dominantes y logró incluso colocar a legisladoras como Lauren Boebert o Marjorie Taylor Greene en el Congreso. Hoy por hoy un ala del partido Republicano funciona como secta que sigue a pie juntillas los dichos de Trump y los mensajes de Q.

No es descabellado pensar que este comportamiento se replique en otros países o con otros gobiernos, y que sea cada vez más común que las organizaciones políticas deriven en eso.

¿Cómo reconocer a sus integrantes? Si bien es cierto que la determinación parte de un análisis subjetivo, sí existen factores comunes y patrones analizables. Entre otros: la adoración al líder es tal que su palabra es única. Nadie, en especial miembros de la propia secta, puede cuestionar sus dichos o alabar a una persona distinta. El disenso está prohibido: el mensaje es único e inatacable. Lo que sí puede, y debe objetarse, es todo mensaje externo que contradiga los dichos de la secta; la visión de nosotros contra ellos es fundamental para mantener la unidad en el grupo. Al individuo se le arropa y se le aísla de su entorno social y familiar para que adopte esta manera de ver el mundo.

La secta, por otra parte, siempre dirá que tiene enemigos al acecho, sean internos o externos, que buscan destruirla a como dé lugar. Para combatirlos, los seguidores deben mantenerse fieles al mensaje y a la causa, y deben ofrecer chivos expiatorios para que sean purgados del movimiento.

Con esta cosmovisión todo evento fuera de la normalidad existe necesariamente para hacerle daño al grupo, y ésa es la única opción posible. Un accidente, una tragedia, un evento devastador: si sucedió es porque alguien lo hizo con el propósito de lastimar al líder.

En el caso más extremo, el dolor y la muerte de los demás se vuelven secundarios, la empatía inexistente. Lo que importa es la secta y nada más.

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