El periodista yacía en un charco de sangre en las calles del Centro Histórico de la ciudad. Minutos antes había salido de un estudio de televisión en donde había grabado una entrevista: desde hace varias décadas se había hecho famoso por investigar las redes del crimen organizado en la capital y en el país entero. Su periodismo había resuelto casos de hace décadas y ahora ponía el foco en el complejo mundo del narcotráfico : las rutas de distribución que día con día se agrandan en el puerto marítimo al sur de la capital.
Según reporta la prensa local, el periodista seguía vivo, apenas, cuando llegaron los servicios médicos. Fue trasladado en ambulancia al hospital más cercano. Conforme a los reportes más recientes, el hombre, de 64 años, se debate entre la vida y la muerte. Antes del atentado trabajaba en uno de los casos más importantes de la última década: una serie de homicidios ordenada por el cártel más importante de la zona.
Los sospechosos fueron detenidos a las pocas horas. Mañana tendrán su primera audiencia frente a un juez.
No había pasado ni medio día y el ejecutivo federal ya se había reunido con sus asesores de seguridad dada la magnitud de la crisis. Resultaba impensable que un periodista fuera víctima de un atentado en pleno corazón de la capital. Sus palabras fueron contundentes: “éste fue un ataque a un periodista valiente y con ello fue también un ataque a la libertad de expresión”.
La alcaldesa de la ciudad también actuó de inmediato. Lo primero que dijo fue que el periodista es “un héroe para todo el país”.
El atentado conmocionó a una nación entera. Un periodista herido, uno, y la sociedad y el gobierno se voltearon de cabeza por la gravedad del asunto.
No es ficción. Pero tampoco es México. Esto sucedió antier en Países Bajos.
Impensable esta reacción aquí, donde los homicidios de activistas y periodistas son tan frecuentes que no ameritan primeras planas.
Impensable donde los miércoles por la mañana se dedica una sección especial a atacar a periodistas en la conferencia de prensa matutina del ejecutivo.
Impensable porque el crimen organizado controla grandes partes del territorio nacional, aunque en público se niegue. Éste y otros diarios han documentado el centenar de homicidios políticos previos a la elección del mes pasado; éste y otros diarios han documentado cómo operó el crimen el día de la votación.
Pero en el día a día eso no es importante. La violencia lleva tanto tiempo que se ha convertido en un ruido que aprendimos a silenciar.
Van 18 –18– periodistas asesinados en los primeros tres años del sexenio. Cuando asesinen al número 19, en el mejor de los casos –lamentablemente– pasará de largo.
En el peor se le echará la culpa, como se ha hecho desde hace décadas, por estar metido donde no debía.
Nunca habrá palabras de aliento. Nunca habrá empatía, ya no digamos esclarecimiento. La vida de un periodista en este país no vale nada.
Hoy jueves, Ámsterdam se ve más lejos de la Ciudad de México de lo que se ha visto en mucho tiempo.
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