Uno de los fenómenos más preocupantes del tiempo político presente, es la irrupción de personajes políticos francamente impresentables que, de manera a veces inesperada, pero siempre sin duda sorprendente, aparecen victoriosos en los procesos electorales de sus países.

Lo mismo sucede con otros nombres que, ya habiendo ejercido una gestión de gobierno lamentable por sus resultados o fracasada y finalizada abruptamente, aparecen de nuevo con renovada fuerza, en los panoramas electorales de sus naciones.

Esto está sucediendo también en Latinoamérica. Y para muestra basta el reciente botón argentino: la irrupción del diputado argentino Javier Milei, representante del partido La libertad avanza, en el proceso electoral argentino con la sorprendente obtención del 30% de los votos en el recientes elecciones primarias, lo que lo vuelve, en consecuencia, el candidato favorito para obtener el triunfo en las próximas elecciones presidenciales de octubre.

Lo que tiene de sorprendente Milei es el extraño mérito de reunir todos los deméritos posibles: misógino, profundamente ignorante en términos culturales (dentro de un increíble país de lectores), obsesionado con, según ha dicho, “dinamitar” el Banco Central; decidido a dolarizar la economía argentina, enemigo de las políticas de inclusión de género y hasta listo para permitir la libre venta de armas y de órganos humanos, de acuerdo a sus declaraciones de campaña. Un dato adicional es la colección inédita de insultos que atestó al papa Francisco, ante la sorpresa de una desconcertada opinión internacional.

¿Qué hace que un personaje como Milei irrumpa con esas propuestas con tal fuerza? Desde luego el hartazgo de una ciudadanía sumida entre el discurso hueco, la corrupción, el fracaso evidente de las gestiones gubernamentales y el populismo insulso, que es un rasgo que Argentina comparte con otros países, entre ellos el nuestro.

Cuentan que al ayudar a cruzar una avenida de tortuosa circulación al viejo ciego Jorge Luis Borges, quien lo llevaba del brazo lo intimidó, espetándole a mitad de la calle: “¿Sabes Borges?, ¡yo soy peronista!” En segundos Borges giró el rostro y le respondió: “No te preocupes hijo, yo soy ciego también”.

Parece que otra vez se instala una nueva ceguera en Argentina

Gustavo Petro, el presidente en su laberinto

Germán A. Pérez R. Comunicador social, periodista, profesor universitario y productor audiovisual, actualmente gerente del Canal Universitario Nacional ZOOM de Colombia y director de proyectos especiales del mismo

Después del primer año de cuatro del gobierno del Cambio, bandera con la que proyectó su promesa de campaña y con la que ganó la presidencia de Colombia Gustavo Petro, es importante analizar las sombras que ahora más que nunca se ciernen sobre sus tres años restantes.

No cabe duda que una sombra fuerte, si no la que más, es la misma que el presidente proyecta de sí mismo, sobre todo en redes, por su permanente confrontación, más que con toda la opinión pública, con parte de ella como son los gremios y los medios.

Los colombianos fueron testigos de excepción desde el momento cero de actual gobierno cuando, en medio del ambiente de entusiasmo y esperanza que se vivió durante el acto de posesión, se intuía que el camino sería culebrero, como se dice en Colombia, cuando avisoramos las dificultades.

En este espacio no nos detendremos en detalle en lo internacional ya que esta mirada la harán expertos que publicarán en esta separata, baste con anotar por lo pronto que Gustavo Petro se ha erigido como un líder en Latinoamérica y recientemente fue considerado como uno de los 100 personajes más influyentes del mundo por la revista estadounidense Time.

En lo nacional, lo que en principio se consideró una jugada maestra,  la de configurar un gabinete de coalición con un congreso pluralista, se le volvió en su contra, al punto que tuvo que replantearla, cambiando parte de sus ministros, disolviendo lo pactado. Unos y otros aupados por los medios del statu quo y la polémica que generaron las propuestas de reformas en un clima de polarización, han hecho que en el día a día el panorama sea de presión tras presión.

Todo lo anterior aunado a la tarea de reconciliar al país en torno a la paz ha hecho el camino más tortuoso, con incertidumbre y nublado.

Tres años son mucho y poco para desarrollar una agenda de gobierno sólida, pero si hay concentración en enfocarse más en lo que le funciona y ajustar en lo posible lo que no, todo será más llevadero para llegar a buen puerto, es decir al 2026.

Repasando lo bueno, tenemos que, en lo nacional, siendo Petro el primer presidente de izquierda, le va bien en lo económico, en temas sociales y en medio ambiente. Mal en temas de seguridad y gobernabilidad, como ejecución del gasto.

¿Cúal podría ser una ruta? Volver a armar la coalición, reducir rápidamente la desigualdad, la pobreza, la brecha digital y seguir fortaleciendo y contribuyendo a recuperar la confianza en la fuerza pública, que quedó en entre dicho desde el estallido social del 2021, pero que hay quienes todavía lo niegan.

También las próximas elecciones locales de alcaldes y gobernadores incidirán en la confianza de los electores y en la recuperación de la misma, en la llamada opinión pública, que en Colombia la conforman los gremios, las instituciones, las organizaciones sociales y los medios incluyendo los digitales, entre otros.

Los medios juegan un capítulo aparte en tanto que tienen un alto componente de responsabilidad en el clima de polarización, habida cuenta que el sensacionalismo y la subjetividad predominan en la información aumentando la infoxicación.

De repente a algunos periodistas en palabras del profesor y editor Mauricio Sáenz Barrera “se nos olvidó que no somos más que intermediarios entre los hechos, los protagonistas, los expertos y nuestros lectores”. Agrego audiencias, públicos, internautas, usuarios, etc.

Resulta tentador hoy en día no caer en la dictadura del clic a favor o en contra y el presidente Petro lo sabe de sobra, no en vano es considerado uno de los principales “tuiteros” de Colombia si no el mayor, pero lo más importante es que también es el presidente de Colombia y de todas y todos los colombianos, inclusive de los que no votaron por él, porque nos guste o no, nos representa. Así es el juego de la democracia.

Por lo pronto, estamos a poco menos de un año del medio día de su gobierno y se requiere por parte de los colombianos, atemperar los espíritus para enfrentar este clima de violencia de todos los órdenes, incluyendo la verbal, desatada por las acciones propias que generan entre muchas otras promesas la de la Paz.

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