Mucho antes de la Promulgación de la Independencia se fueron gestando en nuestro país las ideas y conceptos que paulatinamente fueron dando forma a una cultura humanista mexicana y poco después, a la concepción republicana de la nación, donde se reconocería el valor y la significación de las culturas indígenas y el de una patria para los nacidos aquí, en América, como criollos, indígenas y mestizos, en contraposición a los europeos.

Superado el orden que México heredó de su pasado colonial, entre 1857 y 1860 se adoptó al Liberalismo como guía y método para alcanzar una sociedad más justa y desarrollada; así se dio paso a un nuevo modelo de organización social en donde la libertad sería el principal valor garantizado a todos por el Estado. En ese contexto y en condiciones muy difíciles por el asedio conservador, el 6 de septiembre de 1860 el presidente Juárez promulgó las Leyes de Reforma que introdujeron en el país la separación entre la Iglesia y el Estado, nacionalizando los bienes del clero y promulgando la libertad de culto.

Cincuenta años más tarde, en 1910, al cabo de 30 años de dictadura porfirista donde se abusaba del grueso de la población con la conformación de los latifundios y la explotación desenfrenada del petróleo por parte de compañías extranjeras, la Nación, cansada, inició la primera revolución social del siglo XX demandando democracia real, igualdad, justicia, equidad y libertad al precio de más de 2 millones de muertos.

Hoy, a partir del 2018; luego de 40 años de políticas neoliberales –neoporfiristas– de empobrecimiento general y saqueo sin límite de los recursos públicos; por voluntad arrolladora de la mayoría, inició la 4 Transformación de la vida nacional.

La 4 Transformación se basa en la aplicación del Humanismo Mexicano, concepto que emana de nuestros prohombres y nuestra trascendente historia. El Humanismo Mexicano descansa sobre dos pilares: la gran herencia cultural prehispánica portadora de virtudes excepcionales como la fraternidad, la libertad, la justicia y la honestidad y la aplicación de una política con dimensión social, justa y de carácter público.

El Humanismo Mexicano a su vez, se complementa con la aplicación de la economía moral; esta consiste –como lo ha reiterado el Presidente–, en que “el progreso sin justicia es retroceso”; en que “no basta el crecimiento económico, sino que es indispensable la justicia”; en que “lo fundamental es la distribución equitativa del ingreso y de la riqueza”. Y yo agregaría que también, “es fundamental desterrar la corrupción”.

El Humanismo Mexicano es pues, el corazón que anima esta nueva etapa histórica que estamos transitando. Se basa en nuestra turbulenta historia y en la búsqueda de un nuevo rostro nacional constituido con lo mejor de nuestras culturas madre, en justa conjunción con la herencia occidental de quienes llegaron de Europa a estas tierras.

Es la base histórica sobre la que nos sustentamos para mirar con optimismo el porvenir procurando la felicidad general y el orgullo de pertenecer a este maravilloso país; trabajando desde abajo con la gente y perseverando en la construcción de un cambio de mentalidad donde, por el bien de todas y todos, primero están los pobres.

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