A unos días de dar inicio las campañas políticas y ante lo que hemos presenciado en medios de información, me parece de suma importancia presentar un tema que me apasiona: la relación entre la Ética y la Política.
En su conocida obra La Política, Aristóteles, explica de manera muy sencilla que las personas tenemos algunos comportamientos conscientes con los que perseguimos fines diversos, no obstante, nuestro fin general en la vida es alcanzar el bien y la felicidad.
De manera individual tenemos comportamientos y hábitos, generamos repeticiones de actos todos los días y con ellos, una ética. Nuestra ética se entendía como el carácter y el comportamiento. En el mismo contexto, los grupos humanos que habitamos una ciudad, de manera general, vamos produciendo una ética de grupo, de la colectividad. A esta ética del grupo se le denomina, política.
El término `política´ viene de la palabra griega polis, ciudad. Por ello, según los filósofos en la tradición griega, la política es la colectivización de la ética individual.
En su obra Ética a Nicómaco, Aristóteles igual nos dice que el bien es el fin de todas las acciones del hombre y que el fin supremo del hombre es la felicidad. Y como el bien es el origen del saber más importante de todos que es, precisamente, la ciencia política, los fines de la política deben ser los mismos que los de los individuos: el bien y la felicidad.
No obstante, incluso en tiempos de Aristóteles, la realidad demostraba que la política rara vez parecía perseguir el bien o la felicidad colectivos. La ética de las personas parecía demostrar que el bien y la felicidad solo se trataba de acumular oro, propiedades, objetos de lujo, esclavos o simplemente más poder político.
Entonces, ¿es viable establecer una relación entre la ética individual y la política o ética colectiva?
Hoy sabemos, ciertamente, que la política sin ética ha generado en nuestro país corrupción e injusticias; y la ética sin política, la imposibilidad de hacer el bien por la comunidad.
Como el bien consiste en aprender a actuar del mejor modo posible, sin mezquindad y los principios éticos, son la elección intencional de una conducta íntegra hacia los demás, para funcionar ambos necesitan de la acción, día a día; pues no se debe considerar buena a una persona solo por sus intenciones, sino por las acciones en que obra bien, en que hace justicia.
En este tiempo de cambios imperiosos y necesarios en México y en el mundo, las personas poco a poco parecen entender que el bien y la felicidad tienen más que ver con comportarse de forma decente, sin robar ni abusar; sin dañar la ecología; sin mentir o engañar para alcanzar el poder político a fin de enriquecerse.
También han ido surgiendo por todo el país grupos de personas con una ética individual digna, mesurada, que entienden el valor de la honradez y que buscan integrarse a la arena política para apoyar los cambios que deben continuar con equidad y justicia. A esto llamamos la “Revolución de las Conciencias”, o el cambio en la concepción general de la realidad social mediante una profunda transformación política.
Por ello insisto, la ética y la política deben ser imprescindibles en México.
Nos lo merecemos.