Muy grave debe ser lo que ocurre en los lugares de origen de donde provienen miles de niños “no acompañados” que cruzan territorio mexicano para llegar a Estados Unidos: sin duda, existen problemas sociales extremos para que las familias tomen las riesgosas decisiones que conllevan las migraciones de niños y niñas “no acompañados”. Hay dramas humanos y familiares en el origen, que se prolongan en el peligroso, doloroso e incierto tránsito para llegar a Estados Unidos.
La migración infantil y de adolescentes no deja de crecer, si se considera que, conforme a la estadística de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos, el número de niñas y niños que arriban solos a ese país se ha multiplicado más de cinco veces entre octubre de 2017 y abril de 2022. De una cifra superior a los 2 mil “encuentros” mensuales: los últimos datos registran más de 12 mil casos.
Viajan en solitario, lejos de sus familias y seres queridos. Tendrán que cruzar México para llegar a Estados Unidos, donde posiblemente viva algún pariente. Los días se vuelven larguísimos, amargos, crece su vulnerabilidad, con la sed, cansancio, hambre. Su situación se vuelve más difícil al prolongarse durante horas de incertidumbre. Se tragan las ganas de llorar hasta que explotan. Su mirada sólo alcanza a ver la incertidumbre. ¿Y si no encuentran a ningún pariente? A no pocos les esperará una especie de reclusión y la más traumática de las incertidumbres.
Las situaciones por las que atraviesan los niños solitarios migrantes requerirían la atención que no tienen. Dependen de sí mismos. Frente a su aguda vulnerabilidad, que es una realidad de la que están conscientes, requerirían una atención especial, lo mismo de los gobiernos que de la sociedad civil orientada a su protección. Afortunadamente, hay algunos refugios que brindan seguridad de parte de organizaciones de la sociedad civil y religiosas. ¡Son muy importantes, pero desgraciadamente no alcanzan para atender todas las necesidades! Por parte de los gobiernos de los países por los que transitan, se hace muy poco o casi nada para atender el grave desafío humanitario que enfrentan los niños en su tránsito.
La niñez migrante no acompañada es la población en movimiento desde México y en tránsito por nuestro país, bajo las situaciones más vulnerables y dramáticas. “Más aguda es su vulnerabilidad, si se trata de niñez extranjera; y más aún si se trata de niñas o de indígenas". La situación es delicadísima y requeriría el mayor de los esfuerzos gubernamentales y de la sociedad civil, dirigidos a su protección, pero la realidad es que lo que se hace es insuficiente para atender a fondo la crisis humanitaria por la que atraviesan los niños y las niñas “no acompañados”.
En su mayoría, los niños y jóvenes que buscan llegar a EU proceden de Guatemala, Honduras y El Salvador; otros muchos más proceden de regiones mexicanas conocidas, con agudas problemáticas sociales, en particular de los estados de Guerrero, Michoacán, Oaxaca, Chiapas, Veracruz, Puebla y Zacatecas.
Desde la perspectiva del marco jurídico vigente, en particular, la niñez migrante no acompañada, en su conjunto queda tajantemente expropiada de sus derechos: el derecho a la familia, a un espacio sano y propio para una vida adecuada y libre de violencia, el derecho a la alimentación, vestido, vivienda, servicios básicos, educación, salud y recreación, entre otros derechos de facto conculcados a la niñez migrante. Imposible ejercerlos, aunque fuera parcialmente, durante el tránsito migratorio. "Y quién sabe si puedan lograrlo en el destino: la incertidumbre, los riesgos, la inmigración y la vida en su sentido más elemental se mezclan como una incierta realidad durante el tránsito migrante", considera el doctor Tonatiuh Guillén, que no pierde de vista la legalidad de los derechos.
Guatemala y México son los dos países que tienen el mayor número de niños y adolescentes no acompañados que buscan llegar a Estados Unidos, padeciendo agudas problemáticas sociales determinadas por el flujo infantil en esas inaceptables condiciones. “El promedio mensual de arribos a la frontera sur de Estados Unidos, entre enero y abril de 2022, es de más de 4,500 niñas y niños en el caso de Guatemala. En cuanto a México, el promedio mensual es de más de 2,600 en el mismo periodo. Ambos países alcanzan el 61% de la niñez migrante que llega a Estados Unidos en el mismo periodo”.
A todo ello hay que agregar que entre la niñez migrante hay un amplio número de casos, probablemente una mayoría, que son objeto de explotación por organizaciones criminales y redes de complicidad que lo instrumentan y se nutren del flujo migrante. De manera que lo crudo y rudo puede convertirse también en ataques de gran crueldad para la niñez migrante.
“Los niños y niñas migrantes viven situaciones que debieran ser atendidas con urgencia, sobre todo porque se trata de niños o niñas no acompañados. ¿Acaso no es urgente y prioritaria la atención a la niñez migrante? ¿o simplemente se suma lo que no se observa y por lo mismo no se atiende ni se asumen responsabilidades que corresponden? Se trata de algo muy serio y muy delicado que no puede simplemente dejarse pasar”, afirma contundente.
“Lo que hace falta se llama voluntad política. Es relativamente sencillo identificar los lugares precisos de origen de los flujos migrantes para, sobre esa base, implementar las acciones de protección y prevención necesarias. Sólo se requiere voluntad y el compromiso genuino que no siempre existen, a pesar de que lo requieren niñas y niños que seguramente no tuvieron en su horizonte migrar y menos en esas condiciones, dramáticas y traumáticas.
México y Guatemala tienen la mayor responsabilidad en la construcción de soluciones efectivas que protejan a la niñez migrante. La falta de recursos no puede encubrir la inacción: los rostros de las niñas y niños tallados por las heridas de la migración no pueden ser soslayados por los gobiernos”. La responsabilidad de México es aún mayor, por la protección a los niños y niñas que atraviesan territorio nacional. ¿Quién los protege y cómo en su seguridad?
(Agradecimiento al Doctor Tonatiuh Guillén, Profesor e Investigador del PUED de la UNAM, quien fue Comisionado del Instituto Nacional de Migración).