Allá por el año 2001, en una conversación con Griselda Álvarez, primera mujer gobernadora (del Estado de Colima) le pregunté cuál era, desde su punto de vista, el principal problema de las mujeres en México, y dijo: “la violencia familiar, lo es para todas las mujeres entre pobres o ricos”. Hoy no es sólo un problema que prevalece sino que se ha vuelto cada vez más grave. Puede afirmarse que la violencia contra las mujeres ha llegado a ser una pandemia mundial y es, sin duda, la más letal en tiempos del coronavirus. Es un hecho que la violencia en México contra las mujeres está alcanzando niveles nunca vistos; feminicidios, golpes, agresiones de todo tipo se han acelerado en los meses de confinamiento, de obligada convivencia familiar, de pérdida de empleos, de tensiones mayores. Las cifras son elocuentes, hay datos oficiales de la Secretaría Nacional de Seguridad Pública. Esa violencia es un delito que existe, en el Valle de México y en todo el territorio nacional. Reconocerlo es dar el primer paso para atender sus causas de fondo, para evitar se propague aún más. No hacerlo y hablar de la gran familia mexicana, parecería dar vía libre a que esto continúe. ¿Acaso la 4T no debería tener una política dura contra la violación de los derechos humanos de las mujeres?

El Secretario General de la ONU, Antonio Gutérres, señaló que han aumentado los discursos de odio y racismo durante la pandemia. Que se ha ensañado contra trabajadores de la salud, adultos mayores y musulmanes, contra periodistas y trabajadores humanitarios. Por su parte, el Director de la Organización Mundial de la Salud se refirió el día de ayer al aumento de la violencia contra las mujeres en la mayoría de los países en tiempos de confinamiento por el Covid-19.

Preocupa que el Presidente no reconozca el aumento de agresiones contra las mujeres en el seno familiar y en las calles, y que afirme que la familia mexicana es ejemplar, que hable de nuestras tradiciones y de las grandes civilizaciones que nos antecedieron, como elementos que niegan realidades tan dolorosas como enraizadas de la violencia machista, capaz de agredir en muchas formas, las peores de las cuales son los golpes y el feminicidio, es decir las físicas pero también las otras que son el maltrato. Y que de todo esto culpe al neoliberalismo. Nada de esto abona en contra de la violencia contra las mujeres. No es posible soslayarla. Y por cierto el crecimiento de la agresividad contra las mujeres no es un fenómeno únicamente de México, se ha generalizado en el mundo entero.

Ciertamente lo nuestro viene de muy atrás, tiene hondas raíces y como lo señalaba Griselda Álvarez, tiene una larga historia. Habría que recordar que el día que tomó posesión como gobernadora, la estatua del indio Colimán tenía un mandil; el machismo estaba ahí, ante la primera mujer gobernadora en el estado de Colima. Conviví con comunidades indígenas en Michoacán durante mis estudios de Antropología Social y la violencia siempre estaba presente aunque no muy estruendosa, silenciosa frente al desconocido, pero era frecuente escuchar a una mujer con un moretón en la cara decir, en voz baja, que se había pegado con un árbol o con la enorme jarra en la que traía el agua. Años después al hablar con mujeres mexicanas migrantes en Estados Unidos sobre la vida en ese que no era su mundo, era frecuente que al referirse a su nueva vida allá, escucharlas afirmar que ya no las golpeaban, ni tampoco se emborrachaban con frecuencia los esposos, por lo que ellas tenían una vida con mucho trabajo pero más tranquila, y ellos también. El entorno hacía que la violencia fuera más peligrosa ya que podía tener graves consecuencias, sobre todo si se trataba de indocumentados.

Ahora, ¿diez asesinatos por día, no nos dicen nada? Asesinato de niñas inocentes nos provocan el llanto y la ira? Pero lo peor de todo es que hay impunidad, “errores de jueces” que no juzgan con perspectiva de género y que dejan libres a asesinos en potencia que luego cometen el asesinato que pudo ser evitado. Disuasión de que las mujeres presenten denuncias ante el Ministerio Público, donde les aconsejan “mejor no le mueva porque puede ser peor”. Y continúa desde hace meses esa horrenda cifra de 10 asesinatos de mujeres por día”. O de innumerables llamadas de auxilio al 911, en cifras que parecieran increíbles, de 55 llamadas por hora. Y ni qué decir de las denuncias por agresiones que son tan difíciles de presentar para una mujer acosada por la violencia machista. Luego jueces que se quejan de que quien denunció no regresó a ratificar la denuncia y el caso quedó ahí, sin investigación. Y casos en que si no fue al MP a ratificar, fue porque antes de eso la mataron.

Hoy en México la violencia contra las mujeres no sólo existe sino que se ubica en niveles alarmantes: por el número de asesinatos, violaciones, agresiones, secuestros, desapariciones, de mujeres, niñas, niños y jóvenes. Ahí están las llamadas de urgencia que no dejan de crecer pidiendo auxilio. Las cifras de la SNSP reafirman lo que está ocurriendo. Es hora de fortalecer a las luchadoras humanistas, a instituciones que defienden los derechos de las mujeres. De no confundir con declaraciones que parecen decir ¡¡aquí no pasa nada!! ¿Acaso eso no fortalece las agresiones y la impunidad de los agresores? Ahí están las llamadas de urgencia en teléfonos que no dejan de sonar. Ahí está el creciente número de agresiones y asesinatos. Requerimos una política de Estado en defensa de las mujeres, que somos un poco más de la mitad de la población de México.


Periodista, analista internacional

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