Dos de las máximas del autoritarismo que AMLO utilizó durante todo su sexenio para desinstitucionalizar al país y privarlo de sus derechos, sus libertades y su democracia, serán las mismas que empleará Donald Trump en la relación de Estados Unidos con México. “No me vengan con que la ley es la ley” y “no se le moverá ni una coma” a sus arbitrariedades, serán su única divisa.
Este panorama, que los fanáticos de la presidenta se niegan a aceptar, se hará realidad sin contemplaciones de ningún tipo sobre la jefa del Estado Mexicano en temas vitales para su homólogo: migración, comercio y tráfico de drogas, que sintetizan un solo objetivo: mantener la hegemonía mundial de su país. Y los mexicanos pagaremos las consecuencias.
Hace seis años, Andrés Manuel López Obrador empezó a asumir grandes decisiones ignorando a todos aún sin haber protestado el cargo; empezó por ordenar la cancelación de lo que sería el Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México sin reparar en los costos y así se fue durante todo el sexenio. Lo hizo por una sola razón: podía hacerlo.
A partir de ese primer momento, dejó muy claro que él era el único que mandaba, pese al presidente Enrique Peña Nieto, marginado e inmovilizado por el supuesto pacto de impunidad que habrían establecido para que la sucesión fuera inimpugnable. Eso era improbable dado que su triunfo fue amplio, claro y apabullante. Y llegó a lo que estamos viendo, ejecutado ahora por su sucesora.
Hoy, que el magnate arribará a la Casa Blanca por segunda ocasión, ha mostrado que, a la manera de AMLO y sobradamente por sí mismo, “gobernará” tiránicamente hacia afuera, lo que se traducirá en diversos beneficios para sus gobernados, mientras que López Obrador desgobernó hacia adentro, hundiendo en todas las calamidades a los mexicanos.
Entre lo que se apresta a hacer Trump y lo que deshizo el mexicano, hay diferencias abismales. Este, actuó para lastimar –tan sólo por cerrar los ojos ante, o por complicidad con, el crimen organizado– a quienes debía proteger; aquel, desplegará su inconmensurable poder para procurar a sus gobernados el mayor bien posible cuidando sus empleos, su salud y su economía.
En esa línea, ninguno de sus ciudadanos podría desaprobar lo que haga –así sea abusivo y excesivo– aunque a todos los demás les parezca injusto. Si ahora únicamente con la palabra ha empezado a sembrar pánico en el mundo, es inconcebible que, sentado en el Salón Oval y con los instrumentos de control del mundo a su alcance, tenga compasión por alguien. Desatará el terror. Y dolorosamente, México será el primer país en sufrir su iracundia.
Andrés Manuel López Obrador tuvo el descaro de decir: “No me vengan con que la ley es la ley” en muchos casos en que la pisoteó y la burló pese a haber jurado cumplir y hacer cumplir la Constitución. Lo hizo para demostrar el poder de su arbitrio. No le importó nada ni nadie. Aplastó a todos, con anuencia y complacencia de esos usurpadores de la Soberanía que se dicen “representantes populares” y la de todos a cuantos concedió cargo y privilegios.
Esa misma premisa es la que se halla en perspectiva inmediata de aplicación en el trato de Estados Unidos a México. Sin ninguna consideración, el gobierno de Trump echará de su territorio a cuanta persona decida que no debe seguir en él.
No habrá engaño. Ya lo anunció. Es iluso pensar que no lo hará. Por eso ha integrado un equipo de colaboradores de los que se esperan las acciones más duras e inhumanas. La estrategia de deportaciones masivas, que de hecho ya está en marcha, no deja lugar ni a la esperanza.
En la línea lopezobradorista, que Trump puede llevar a todos los extremos desenfrenadamente, ni la ley, ni la diplomacia ni la política tienen posibilidad alguna de alcanzar la victoria. Su autoritarismo, respaldado por la legitimidad electoral, el apoyo que va a tener de todos los poderes y “su” legalidad, le permitirá decir a quien sea: “No me vengas con que la ley es la ley”.
Bajo el principio, la convicción, la ideología y el objetivo indeclinable de ser el primero y de reafirmar a Estados Unidos en esa posición, para Trump no habrá reglas, ni acuerdos, ni advertencias. Hará lo que quiera. Pésele a quien le pese.
Para defender al propio, no le importará cuánto dolor o sufrimiento cause al ajeno. Para los suyos, seguridad, confort, lujos y abundancia; para los otros, lo que halla, por mísero, desalmado, descarnado y cruel que sea.
¿Alguien podrá evitarlo? ¿Lo podrá desafiar o contradecir racionalmente alguien sin exponerse a su cólera? ¿Se detendrá frente a los mensajitos baratos, trillados e intrascendentes, como los que está emitiendo el gobierno de México? ¿Algún estadunidense le reprochará cualquier inmoralidad, atrocidad o infamia, siendo beneficiario de ellas?
Frente a ese escenario, que ha empezado ya a configurarse como una inminente realidad, no habrá funcionario mexicano capaz de negociar nada; no habrá norma establecida qué observar, no valdrán desplantes de negociación en términos de igualdad; no habrá oídos para lloriqueos. Como nunca, el manido discurso de la soberanía, la dignidad, los principios, la independencia nacional y ahora “el himno”, con los que ilusa y falsamente se realiza la defensa de nuestra independencia, sonará hueco y vacío. Sería mejor buscar opciones que hacer desfiguros.
Ese (mal)trato será la constante; se estandarizará en el apartado del comercio. El T-Mec será “negociado” única y exclusivamente al gusto y a la conveniencia de Estados Unidos. La postura presidencial de “arancel por arancel”, es simplemente un alarde. No alcanza para ponerlo sobre la mesa.
Si bien es cierto que la imposición de impuestos aduanales es susceptible de repercutir negativamente en los consumidores del país vecino, es obvio que sus negociadores buscarán que sean los menos; no permitirán que se le mueva una sola coma que afecte a sus intereses. Estos son intocables, a riesgo de las más graves consecuencias.
Y respecto del propósito de Trump de frenar la entrada de fentanilo a la Unión Americana, se puede decir, desde ahora, que no habrá vuelta atrás, ni reservas, ni esperas. Irán –vendrán– con todo. Y eso implica la apelación a todos los incontables recursos que tendrá a su disposición para enfrentar ese problema.
El lunes, la presidenta Sheinbaum dijo que “no es negociable el ingreso de tropas de Estados Unidos a México” para encargarse del monstruo que representa el crimen organizado. Tiene toda la razón. El asunto no es negociable. Pero para Trump. Lo hará cuando, donde y como quiera… sin avisarle siquiera.
Línea de Fuego
¡Qué insensatez! Verdadera absurdidad que la presidenta de México, en la charla que tuvo con Donald Trump, haya perdido el tiempo pidiéndole que levante el bloqueo comercial a Cuba y Venezuela cuando nuestro país enfrenta sus temerarias y temibles amenazas. ¿Acaso fue un recado de algún personaje, que sólo transmitió al próximo presidente norteamericano? En todo caso, ¡qué pena!... El gobierno de Canadá asegura que no es lo mismo que México en el tráfico de fentanilo y suscita una “firme respuesta”: “A México se le respeta…”. Pero la verdad es conocida de todos… ¿Quién está aconsejando a la presidenta Sheinbaum en materia de política exterior y en la postura que ha tenido frente a Estados Unidos y Canadá? ¿Será cierto que el canciller Juan Ramón de la Fuente ha empezado a tomar distancia del gobierno y que por eso la SRE parece “como abandonada”?... Pura pantomima, la “embestida” contra quienes vendían mercancía china ilegal en Izazaga 89…Para creerle a Raquel Buenrostro de que “irá por todos los peces corruptos”, la titular de la Función Pública tendrá que demostrarlo con Ignacio Ovalle, que desde Segalmex cometió el fraude más cuantioso de cuantos se recuerden y que sigue tan campante. Y si se atreve a ir contra los hijos de AMLO, con una denuncia de por medio, se irá hasta el cielo.