La presidenta de la República ha decidido gobernar México con la voz de Dios, justificando, respaldando, explicando todas sus acciones y decisiones, así como las de todo el morenismo, con la máxima “El pueblo manda”, convertida en poderoso instrumento microfónico-mediático de ideologización, dogmatización y adoctrinamiento desde el sexenio pasado.

El proverbio Vox populi, vox Dei (la voz del pueblo es la voz de Dios), cuyo uso se ubica hacia el Siglo XII, se entiende y se acepta como la certeza de una comunidad sobre la decisión inapelable de Dios –el que sea– sobre todas las cosas y que, por tanto, tiene que ser ciegamente obedecida.

Los adoradores de Marx del pasado y del actual sexenio, que navegan con la utopía del socialismo pero que en realidad son amantes del capitalismo, inobjetable y ostensible en su propio enriquecimiento, saben muy bien que el pensador alemán conceptualizó la ideología como falsa realidad.

La acción comunicativa del gobierno pasado se basó exactamente en la difusión de una realidad que no era real; los millones de palabras que se pronunciaron durante cientos de horas y conferencias, estuvo basada en la percepción-comunicación-imposición de una realidad unipersonal indiscutible: la del presidente.

Sus “ideas”, informaciones y definiciones de cada día, fueron sus creencias y convicciones entera e irrecusablemente personales mirando a darles validez universal, en lo que avanzó considerablemente tomando en cuenta la cantidad de personas que lo apoyaron, que votaron por sus candidatos a todos los puestos electivos disputados en junio pasado –comenzando por Claudia Sheinbaum–, y que siguen creyendo en él.

Los intereses que busca y defiende una ideología, son exclusivamente particulares y/o grupales; derivan de una posición dominante. Cuanto más se afirme y se arraigue en la conciencia y en la conducta colectivas, puede ser más largo el tiempo de su recreación y permanencia.

La doctrina, limítrofe con la ideología, entraña, a su vez, una serie de concepciones inducidas por un actor o grupo de actores sobre un status de supuesta genuinidad e incuestionabilidad. La manera más segura, firme y prolongada de apego a ella, está en la recepción de algún beneficio.

Los medios y los programas sociales que se utilizaron entre 2018 y 2024 funcionaron tan bien, que la nueva administración federal los ha hecho y los ejerce como la expresión más evidente y tangible del continuismo, al que concurren otros factores.

La apelación desde el poder público a la falsa realidad, puede tener una dimensión política, económica, legal, religiosa, científica, social, militar y de cualquier naturaleza. Lo que se busca es la aceptación de un mundo al revés, como el que se construyó en el sexenio pasado y que será muy difícil de revertir.

Ideología, doctrina y dogma, mezcladas con discordia, división y odio son, en suma, el “legado” más funesto que López Obrador dejó a su heredera. Creyendo que le darán los mismos resultados, ella los usa discursivamente como herramienta casi única de gobierno.

Lo que ella pretende, y sólo el tiempo dirá si lo consiguió, es que, en virtud de que “El pueblo manda”, todo cuanto diga y haga se tome como cierto, innegable, incuestionable, axiomático; prácticamente como un postulado, una revelación divina, un evangelio. En eso, y en mucho más, su antecesor será irrepetible.

La realidad, edificada sobre la irracionalidad, la arbitrariedad, el abuso, el exceso, la impunidad, puede llegar a confrontarse en un momento dado con la verdad real, única, generalizada, objetiva, que tiene como base condiciones materiales de vida, como el hambre, la desigualdad, la injusticia, la violencia, la corrupción, que ningún discurso puede ocultar de forma indefinida.

Adicionalmente, cabe decir que las decisiones de la presidenta no son las del pueblo; ella no lo encarna. Sólo lo representa. Éste, además, sólo votó por quienes, con la soberanía que les confirió, deben tomarlas responsablemente para beneficio y bienestar colectivos.

La aprobación de la reforma judicial no tiene traza de honorabilidad ni de honestidad. Y sí mucho de autoritarismo por su imposición a rajatabla y de probable ilegalidad. En ningún país que se considere democrático, “el pueblo manda” ni autoriza su propia destrucción ni su esclavización.

John Locke, padre del liberalismo, escribió hace 300 años en su Ensayo sobre el Gobierno Civil que “…es razonable y justo que se tenga derecho a destruir aquello que amenaza con la destrucción”.

Por eso, la presidenta y sus seguidores deben tener presente que fingir ser o escuchar a los que argumentan ser Dios para hacer lo que les plazca, tendrán siempre cerca el desenfreno del vulgo, que no pocas veces raya en la bestialidad y en la locura.

Línea de Fuego

Las burlas que se expresaron en Harvard por la reforma judicial con la que se elegirán jueces, magistrados y ministros, no son contra los mexicanos, sino contra quienes se empeñan en entregar el Poder Judicial al Poder Ejecutivo. Pero ¿qué les puede importar, galopando como van, a lomos de la impudicia y el cinismo?... Con una gran dignidad, Jorge Islas renunció a la coordinación de consulados de la SRE a la que había sido nombrado a fin de probar su inocencia sobre las imputaciones que se formularon en su contra. Juan Ramón de la Fuente pierde un colaborador de primera… ¿Supremacía Constitucional? Es una tautología. La Constitución es en sí misma, por sí misma y para sí misma, suprema y soberana. Lo que quizá represente la idea para establecer esa figura, en el fondo, sea un acto de desesperación.

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