El extraordinario poder que conllevaba el cargo de la primera magistratura nacional es lo que más y mejor definía a quien la detentaba: el presidente de la República. Mas por lo que se ha visto desde que asumió ese cargo, Claudia Sheinbaum –convertida en la primera mujer Tlatoani en 700 años de historia, desde la fundación de México-Tenochtitlan–, reina cuasi simbólica y protocoloriamente, como en la Monarquía, pero no gobierna, como debiera hacerlo en la República, esgrimiendo las enormes facultades que tiene.
La última de la larga cadena de evidencias –en apenas tres meses escasos que lleva su administración–, de que no es capaz ni de controlar y poner en su lugar a sus subordinados, es el pleito de callejón que han librado en los últimos días los coordinadores de las Cámaras de Diputados y de Senadores, Ricardo Monreal y Adán Augusto López. El tema no es “menor”, como ella dice, desestimándolo con desdén.
Esos legisladores, perfilados para ocupar sus respectivas posiciones por el ex presidente; o mejor, impuestos por él, se han trenzado en un choque por el dinero público como vulgares pandilleros sin que la señora presidenta haya ejercido su autoridad para evitarlo. Nada le falta para hacerlo.
Ningún gobernante en el mundo está dispuesto jamás a ser mera figura decorativa. O ejerce el poder, o pasa a la intrascendencia como adorno.
Por las muchas reformas que su antecesor le dejó como herencia y compromiso de hacer aprobar, lo cual han hecho los “representantes populares” morenistas sin rubor, obedeciéndolo a él, más que ella, y su desempeño, que parece ser una copia de quien la hizo políticamente, se ve que México tiene un expresidente fuerte, que estaría actuando en la oscuridad, y una presidenta débil, que sólo estaría siguiendo un guion en público.
Si con Plutarco Elías Calles el país vivió el poder tras el trono, por cuanto que puso y quitó a Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo Rodríguez entre 1928 y 1934, lo cual fue categorizado como Maximato por los historiadores, con Andrés Manuel López Obrador parece estar reeditándose la experiencia en esta primera etapa de gobierno.
En la historia del presidencialismo mexicano, derivación directa de los usos y costumbres de la época precolonial, el Tlatoani entonces y el presidente después, era una cuasi divinidad omnipotente, omnisapiente y omnipresente. Nada se movía sin su voluntad o su arbitrio.
La obediencia ciega, la sumisión silenciosa, la incondicionalidad absoluta como reconocimiento colectivo de que el semidiós era el único que podía hablar, decidir y disponer, no sólo atravesó el periodo colonial en la figura de los virreyes, sino que se prolongó y se acentuó en la etapa del presidencialismo, siendo mucho más visible durante las siete décadas de dominación priísta.
Durante el periodo de la alternancia, con Vicente Fox y Felipe Calderón, las formas, la solemnidad y el respeto hacia ellos empezaron a perderse porque ellos lo propiciaron, especialmente el guanajuatense. Enrique Peña Nieto se hizo dispensar un cierto respeto y consideraciones como titular del Poder Ejecutivo, pero poco de eso quedó por su entrega a la corrupción y a la frivolidad.
No obstante, con Andrés Manuel López Obrador emergió, más potente, autoritario y hasta destructor, el hiperpresidencialismo. Él mismo se encargó de dejar inequívocamente establecido quién detentaba el poder. Se erigió en un hombre que todo mundo “respetaba”, pero al que más bien todos temían. Por las dádivas que repartió con el presupuesto público, haciendo creer que eran favores personales, aún ahora es la adoración de millones de personas.
Su palabra era una orden, su voluntad irrefrenable, así fuera contra todos y contra todo; una insinuación sobre lo que deseaba, era suficiente para que se hiciera. La figura presidencial con él, alcanzó densidades y dimensiones nunca vistas. En la “democracia” mexicana, jamás se vio a un tirano semejante. La idolatría que se le profesaba, combinada con el terror que infundía y su proclividad a otorgar beneficios a cambio de lealtades, le permitió hacer cuanto sabemos, incluso construir a su favorita como presidenta.
Con el poder que AMLO tuvo y la manera de hacerlo sentir –nadie creería que ha dejado de tenerlo; las pruebas sobran–, no hubo posibilidad de disentir o desentonar; diferir, criticar u oponérsele era sinónimo de suicidio político, de acusaciones, infundios, venganzas, proscripciones.
En tiempos del PRI, los asuntos más delicados se atendían y se resolvían especialmente en la discreción y la secrecía. El titular de Gobernación llamaba a quien fuere, si era el caso y, mostrándole los “fierros en la lumbre” que a todos los políticos les tenía el sistema –información–, se los ubicaba. Las destituciones y el ostracismo eran comunes. La cárcel era un riesgo.
Así, el sistema marchaba unido, cohesionado, granítico. Fue así como armó su hegemonía y se prolongó en el poder por tantos años. El presidente fuerte siempre fue instancia última de solución en temas cruciales.
Esas formas de “operar”, además, siempre se manejaron a nivel institucional; pocas veces de personalizaron. El presidente evitaba el desgaste personal. Jesús Reyes Heroles definió el método impecablemente: “Gobernación no se ve, ni se oye… pero se siente”.
Ahora, con la 4-T, ¿tomarán en cuenta los tiburones Monreal o López a Rosa Icela Rodríguez, una funcionaria sin estatura política? La ridícula foto de ayer, de los tres posando en “armonía”, fue un show barato y lamentable.
“El silencio es lo más valioso de la política”, decía el gran estadista Charles De Gaulle. Con la aplicación de esa fórmula, habría sido fácil y rápido apagar la animosidad de dos pendencieros que simulan estar con la presidenta, pero que en realidad atienden sumisamente otra línea de mando o su interés.
Así, cabe preguntar: ¿está en la idea o en los propósitos de Claudia Sheinbaum convertirse en una presidenta fuerte? ¿Seguirá alimentando la impresión, muchas veces certeza, de que es su antecesor y no ella la que detenta el poder presidencial?
Sólo ella tiene la respuesta. Únicamente el tiempo nos lo va a decir. Si el poder no se ve en ella, en su mano, se seguirá creyendo que no está en ella y que está, pero no ES.
Para SER, lo tiene todo: la banda presidencial que le impuso la arrolladora mayoría en las urnas; la Carta Magna, que la acredita como titular del Poder Ejecutivo, y los inconmensurables recursos y facultades constitucionales y metaconstitucionales que puede blandir como la primera mujer Tlatoani en siete siglos.
Solamente ella sabe si apela a esos incuestionables fundamentos. Si lo hace, se pondrá en camino de la trascendencia histórica; si desdeña la oportunidad, pasará sin pena ni gloria y no sería nada improbable que fuera… antes de tiempo.
Línea de Fuego
Ante las advertencias que han hecho algunos especialistas en política internacional sobre la formación, las ideas y la forma de actuar del halcón Ronald Johnson, designado embajador en México por Donald Trump, ¿le negará el plácet el gobierno? ¿Empezará por ahí la defensa del país con la que se van a enfrentar las amenazas del próximo presidente?... Triste, lamentable y reprobable que, como lo informó EL UNIVERSAL, el IMSS apapache a los médicos cubanos y que se gaste una fortuna en las prestaciones que les otorga, lo que no hace con galenos mexicanos. Pero nadie puede parar esos privilegios, pues son una concesión personal y directa de tirano a tirano... La condena que la UNAM no pudo imponer a la plagiaria de una licenciatura, será peor desde la Historia, que juzgará con más severidad el descaro de su robo… El Segundo Piso, hecho con marcas de pésima calidad como García, Escandón, Rocha, Yunes, colapsará algún día… Las reformas a la ley del Infonavit para que el cuestionado Octavio Romero disponga de 2 billones de pesos de los trabajadores, no deben pasar.