En la relación México-Estados Unidos, que se anuncia por doquier como difícil y delicada por el arribo de Donald Trump a la Casa Blanca para su segundo periodo presidencial, prevalecerá ese status, pero será más radical por el binomio universal y eterno del dominio del fuerte sobre el débil; del abuso del amo hacia el esclavo, extremos que, como nunca, fascinan al anormal capaz de imponerlos con todo el poder que tendrá en sus manos.
La base histórico-geográfica de ambas naciones es incontrovertible e inamovible y nadie puede alterarla; su asimetría ha sido y es patente y el gobierno que iniciará en poco más de dos meses, la seguirá ampliando y consolidando cuanto a sus necesidades, apelando a la enorme dependencia de su vecino del Sur en ámbitos vitales, especialmente el económico.
La búsqueda permanente y todas las luchas de Estados Unidos alrededor del mundo por décadas, han sido y serán por la conservación de su hegemonía --con la mascarada de la democracia--, que jamás querrá perder y que, como se ha visto tantas veces, defenderá a cualquier costo en todo el planeta.
Y como esta se nutre y deriva en gran medida de su poder económico, resulta obvio que estará dispuesto a hacer cualquier cosa para no perderla. Por eso puede verse con certeza y claridad que, en la revisión del T-MEC, prevista para 2025, impondrá todas las condiciones que la fortalezcan, sobre todo frente a China.
Los negociadores mexicanos no tendrán otra opción que aceptar lo que les quieran dar sus contrapartes. Serán migajas, en todo caso; si hubiere alguna concesión significativa, sólo ellos sabrán a qué precio la consiguen. La indignidad y el entreguismo de los gobernantes mexicanos no son prácticas que desconozcan ni mucho menos que aborrezcan.
En el ínterin, el próximo presidente norteamericano seguramente asumirá decisiones unilaterales sobre otros grandes temas que prometió a sus electores resolver a fin de hacerse del máximo poder sobre la Tierra, pero también por convicción.
En relación con las expulsiones de migrantes indocumentados y en su empeño por liberar a sus gobernados de la peste del fentanilo, México no podrá negociar nada. Ahí no habrá soberanía, ni principios, ni leyes sobre las cuales pactar; se hará la ley del más fuerte. Punto
El nombramiento de Marco Rubio como secretario de Estado y de Thomas Homan como zar de la frontera, junto con el de otros conocidos y temibles halcones --en posiciones estratégicas--, es un mensaje inequívoco de lo que viene.
La buena voluntad, la buena fe, la simpatía, el diálogo, el acuerdo, la transacción que tiene su espíritu en la máxima del todos ganan, no se va a dar con el gobierno de Trump. Para él, quizás como para ninguno de sus antecesores, la divisa es ganar-ganar para todos…los norteamericanos.
La felicitación de la presidenta Sheinbaum al magnate por su triunfo electoral y el intercambio telefónico que tuvieron, se puede leer como el reconocimiento de la cruda realidad que, en su fuero interno y en los hechos, no puede soslayar.
La afirmación que expresó el 6 de octubre de que no hay de qué preocuparse por el regreso de Donald Trump al Salón Oval, desde donde puede asumir decisiones capaces de cambiar el rumbo del mundo sin esperar que sea para bien, no tiene fundamento. Es insostenible.
Tampoco tiene sentido ufanarse de que México está preparado para enfrentar las amenazas de Donald Trump, como lo que hizo después de reconocer su reelección. Visualizado ese peligro, como implícitamente lo hizo, tendría que estar posada sobre la sentencia del emperador Julio César: “Si vis pacem, para bellum” que tiene una traducción inequívoca: “Si quieres la paz, prepárate para la guerra”.
Pero ni ella, ni su gobierno, ni el país, ni la ciudadanía, estamos preparados para una guerra de ningún tipo que, teniendo como trasfondo el interés económico-comercial anidado en la ganancia y en el egoísmo, dependen en absolutamente todo de la voluntad, el capricho, la arrogancia, el supremacismo y la locura de un solo hombre, ante el cual toda pelea está perdida de antemano.
No hay que ser ingenuo. No hay que engañarse. Esa es una realidad incuestionable. Reconocer la verdad, podría traducirse en algo positivo. Los desafíos que se avecinan con Trump en la presidencia, no pueden encararse con verborragia. Aún en medio de la complejidad, deben buscarse alternativas. También eso le ordenó el pueblo al gobierno en las pasadas elecciones.
¿Cómo podría estar nuestro país listo para enfrentar ya no los amagos, sino las determinaciones que Trump puede tomar solo, respaldado o contra quien sea para concretar sus propósitos y sus promesas sin piedad ni compasión --por injusto e inhumano que parezca y sea para otros--, si se convierten en beneficios para su país?
Interpretando la frase que el multimillonario expresó a Sheinbaum al final de su conversación telefónica, en la cultura mexicana su see you soon se toma como una advertencia, máxime si se pone la palma de la mano o el dedo índice frente al enemigo, y se traduce como: “me la vas a pagar”. (Espera a que asuma el poder), “te veo afuera…te veo a la salida”. (Dentro del gobierno), “ya verás de lo que soy capaz”. (Después de lo que me has hecho).
La relación México-EU tampoco puede apoyar en la sangre fría y la inteligencia con la que se “prepara” Marcelo Ebrard a negociar el T-MEC; mucho menos con sus desplantes de que a la imposición de aranceles se puede responder con lo mismo. La descomunal fuerza de este país, que se avizora enfocada enfermizamente a vigorizar su dominio, anula toda buena intención y cualquier discurso frente a un hombre que desprecia la paz y ama la guerra.
Vano sería esperar que lo de siempre, con Trump ahora, sea diferente. La política del big stick (gran garrote) de Estados Unidos hacia México, basado en intimidaciones, presiones y chantajes, será más agresiva, desconsiderada y descarnada que nunca. Él sabe cómo obtener lo que desea; en su segunda administración, apelará a esa misma arma para conseguir lo que le plazca.
Cordialidad, civilidad, delicadeza, educación, decencia, cultura, vecindad, amistad, lealtad, son valores que, cuando de sus intereses económicos se trata, pierden todo sentido para los norteamericanos; se convierten en arbitrariedad, ruindad, brutalidad, animalidad, rusticidad, incivilidad, imbecilidad, irracionalidad.
Todas las virtudes humanas están ausentes el Donald Trump; las ha sustituido por sus antípodas, los vicios, con los que está dispuesto a empujar al mundo al abismo. ¿Es posible negociar algo con él?
Línea de fuego
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