En junio de 1903, durante la segunda convención liberal que discutía la última reelección presidencial (1904-1910) del general Porfirio Díaz , Francisco Bulnes, historiador, parlamentario e integrante incómodo de los poderosos Científicos, estremeció al público con un tronante discurso.
“La paz está en las calles, en los casinos, en los teatros, en los templos, en los caminos públicos, en los cuarteles, en las escuelas, en la diplomacia; pero no existe ya en las conciencias -dispararía a mansalva el polémico diputado, entre murmullos ruidosos. -No existe, continuaría, la tranquilidad inefable de hace algunos años. ¡La nación tiene miedo! ¡La agobia un calosfrío de duda, un vacío de vértigo, una intensa crispación de desconfianza, y se agarra de la reelección como una argolla que oscila en las tinieblas!”
De acuerdo con su obra El verdadero Díaz y la Revolución (1920), Bulnes creía que para 1903 la reelección era ya, en efecto, un recurso desgastado al que ya no debía recurrirse sin más si lo significativo era no el futuro de un dictador sino el destino de un país que sólo 7 años después habría de comenzar a vivir una cruenta revolución.
“¿Qué es lo que ve el país que se le ofrece para después del general Díaz? ¡Hombres y más hombres! Para después del general Díaz, el país ya no quiere hombres. La nación quiere partidos políticos; quiere instituciones; quiere leyes efectivas; quiere lucha de ideas, de intereses, de pasiones,” argumentaría Bulnes, condicionando de esta forma la última reelección.
Porque al instalar una dictadura que pondría fin a la anarquía liberal, Porfirio Díaz ya había satisfecho las “necesidades orgánicas” de ese tiempo largo del siglo XIX de México.
Vendrían después 10 años de revolución y, con ella, en 1928, la creación del partido con el que habrían de enfrentarse institucionalmente los nuevos desafíos del país.
Después de 71 años de PRI , y del fracaso de la transición democrática que le siguió, el país confronta, desde la llegada de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia en el 2018, en medio de una estrepitosa e incontenible decadencia política, de los apremios sanitarios y los reacomodos que ocurren en el mundo, la necesidad de encausar sólida y clara, responsablemente, a tres de las más grandes e incumplidas necesidades políticas de nuestro tiempo: democracia más allá del voto, equidad en todo y una muy vigorosa y creativa inscripción de México en el orbe.
Sería muy inadecuado, por esto, sucumbir a la tentación predominante de especular hasta el hartazgo sobre la revocación presidencial pues, parafraseando al profético Bulnes, la popularidad y, más aún, el control de prácticamente todo el poder por parte del ejecutivo, podrían aparecer como “la argolla que oscila” en la incertidumbre inquietante y creciente del país.
Porque el futuro que más podría importarnos hoy a los mexicanos, no sería el de la continuidad personal del presidente López Obrador sino la prolongación estructurada, consensada y enriquecida de los cambios y orientaciones que el país necesita para reconciliarse y seguir enfrentando las grandes cuestiones nacionales.