“Venecia tiene peces de nueva sensatez / sobre su ruina / constantino / los verdugos / a medida que crecen / instalan de bata blanca el golpe / los locos en el batiscafo / en el hotel los señores / ¿quién en este sitio sigue a sus sensuales efebos / les agita turísticamente la cabellera / y ya sin gafas lustra mercante tiburón su cola? / con el imperio se levanta la plaza / se oculta el astrolabio / la realeza con palomas se abanica / y tira su seda de nostalgia / porque se sabe enferma de agua profunda / la marea víctima de la circunstancia / la desgastada alondra zurra en el balcón / ¿en qué lugar del loco leprosario / la campana de espartaco / al dictador acosa? / se queda sin venecia el sol / sin los púrpuras aretes de una diócesis dama desgarbada / vista al mediterráneo / los navegantes / cónsules agrios / fronterizos mueren.”

Cargada de historias, de zafios mercaderes, Venecia se hundía como se hunde hoy.

Yo tenía apenas 20 años cuando escribí este texto sin más, pues no conocí la laguna Veneta hasta diez años después, con el viento viendo hacia el Adríatico como una bandera romana de nunca estar en paz.

Venecia la de Giacomo Girolamo Casanova, desterrado a sus cuarenta y tres por los poderosos y díscolos consejeros del palacio Ducal.

Venecia en mí, lejana, porque nací en el desierto, desafiante en mí este sueño oculto detrás de tantas y tantas máscaras, a 4 kilómetros de tierra firme, a 2 de mar abierto, 118 islas sin fin, pequeñitas, unidas por casi 400 puentes sobre 160 silenciosos canales.

“Venecia tiene peces de nueva sensatez…”

Cuando la conocí, pasé una noche en vela en la casa mismísima donde nació Marco Polo, que recorrió la ruta de la seda sin el más mínimo amor.

Una noche en vela y muchas más, porque el agua no dormía aumentando la intensidad..

Venecia, Venecia en mi corazón, cuando al cruzar -no hace mucho- la laguna buscando la ruta de París, en plenas cuatro de la mañana, hasta el vaporetto gozoso llegaba Charles Aznavour (https://www.youtube.com/watch?v=n-MjZz9xQGs)

“Venecia tiene peces de nueva sensatez…”

Venecia en mí que apenas vivo en un mundo tan dedicado a enrarecer el amor.

Más crédulo que antes aunque más descreído que siempre.

Circular y cuadrado. Infelíz, sin cordura.

Loco y atado, como Shylock el usurero veneciano que decidió prestar 3000 ducados a Antonio su amigo que quería enamorar a una rica heredera (Porcia) con la condición de que, si la suma no era devuelta en la fecha indicada, Antonio tendría que dar una libra de su propia carne de la parte del cuerpo que Shylock dispusiera.

Locura y más locura.

“Venecia tiene peces de nueva sensatez / sobre su ruina / constantino…”

Ay, ese Shakespeare, insólito e inédito. Lo mismo escribió para Sigmund Freud que para la eterna broma inglesa.

Más crédulo que antes aunque más descreído que siempre, sigo vagando por este mundo imaginario y tristón, poblado de fantasmas, de iniciativas de memoria cuando somos ya, casi todos, memoria y olvido, amores y vientos evadidos. Muertes sin desearlo.

“Peces de nueva sensatez…”

Almas en desencanto, patriotas con patrias resentidas o engañadas, jalonadas por la desmesura ignorante.

Por el poder incontenible como un caballo etrusco con testa de odio y acero.

Conciencias, buenas o malas.

Venecia que fue república, como Florencia, y se perdió, perdió.

Venecia mía, del Véneto de Pasolini, los campesinos y queseros de Reggio Emilia. A un tiro de piedra de Trieste y Miramar.

Venecia mía, en el andador de la estación del tren más próximo a la Francia, donde una madrugada de hambre y frío, sentado en la única y friísima silla disponible, con una rasposa cuchara de plástico y la lata derramándose sobre mis dedos, degusté (2 de la mañana) 175 gr de atún en agua, muy saludable.

Venecia mía, sensatez, cordura imposible y perdida en el vaporetto de Charles Aznavour (Shahnour Vaghinag Aznavourian, en armenio), grande, como todos los amorosos de este mundo que liberan a los sin amor.

Poeta e historiador. Director ejecutivo de Diplomacia Cultural en la SRE

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