Sabemos de dónde venimos. Los mexicanos estamos ciertos del origen, de esa tierra guerrera y misteriosa que nutrió nuestra flor. Origen de flechas e historias remotas que nos dieron rostro, orgullo e identidad.

Lo sabemos. Pero el origen, la nacencia gloriosa hoy ya no nos alcanza para el porvenir. Porque la historia nocturna de nosotros, hombres, niñas y niños, mujeres, no sería capaz, por sí sola, de abrirnos la luz de futuro que la patria, madre patria, necesita.

Hablamos hasta el hartazgo de Juárez, aunque no del verdadero Juárez, enemigo real evidente de las comunidades de indígenas. De Juárez el matón que quiso reelegirse y reelegirse. Se habla demasiado, se insiste harto desde el poder, del dictador a mansalva, del otro oaxaqueño, de Porfirio Díaz, el fundador remoto, según el poderosísimo y obsesivo poder de ahora, de la explotación neoliberal antigua. Porque el poder obseso de ahora tiene un índice pesado y machacón que se la pasa repartiendo culpas y culpas para eludir su clara y creciente responsabilidad.

El pasado cuenta y vaya, en una nación que ha vivido, además, una historia luminosa y bella. La historia de nuestros poetas, de Paz, Efraín Huerta, José Emilio Pacheco o Pellicer el tabasqueño menudo y sabio que plantó el cielo de colores, contando con R. Castellanos, Elena Garro o las poderosas jóvenes poetas que hoy animan y disipan las horas nocturnas de México. La historia de los soles que siempre iluminaron el camino.

“La poesía no es la verdad -escribió Octavio Paz en su Nocturno a San Ildefonso: es la resurrección de las presencias / la historia transfigurada en la verdad del tiempo no fechado. / La poesía, como la historia se hace; / la poesía, como la verdad, se ve. / La poesía: encarnación del sol-sobre-las-piedras en un nombre, / disolución del nombre en un más allá de las piedras. / La poesía, puente colgante entre historia y verdad, / no es el camino hacia esto o aquello: / es ver la quietud en el movimiento, el tránsito en quietud. / La historia es el camino: no va a ninguna a ninguna parte todos lo caminamos, la verdad es caminarlo (…)”

Digamos NÓ al ensimismamiento mexicano, al poder mexicano de ahora que sólo remite a esta nación gloriosa a un pasado triste y nocturno.

Pero el poder se irá, ya casi se va, decadente, como un paquidermo torpe y enfermo. Se irá. Y nosotros? No tenemos más camino que el de la luz, la senda que queda por avanzar.

Porque la historia, sí, es “lo de antes”, pero una nación como la nuestra no existirá sin “lo de después.”

La historia es el camino y el caminar, lejos, muy lejos, el desafío, la cima por alcanzar.

Somos un origen, el origen. Pero también el destino, el destino que nos llama hoy, lleno de luz, ajeno a la mediocridad de un poder que quiere ser eterno por encima de los latidos sensibles y verdaderos de la nación.

Venimos de lejos y llegar lejos supone contradecir, decirnos la verdad en un mar de confusiones y abusos llamado vulgarmente como “la 4T.”

Venimos de lejos y avanzar, dar el paso urgente y verdadero, implica llenarnos y llenarnos de nuestra verdad y librar con inteligencia e inspiración las garras engañosas y maltrechas de un poder en extinción

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