1. La separación de los amantes
Se separan los amantes, por fuerza, como los imanes, porque puede romperse de pronto su campo magnético leal y continuo, la forma de atracción con el hierro, el níquel o el cobalto que permitían superar las cargas opuestas o, peor: las tormentas.
Los amorosos se desunen, se separan un día, sin remedio, como las ciudades y las naciones.
Por motivos estúpidos.
Con o sin terapias.
O catarsis provincianas y floridas tipo López Velarde.
En La Modificación (1957), Michel Buttor narra el viaje de León en el tren París-Roma, ciudad en la que piensa reunirse con Cécile, su amante. Ha decidido dejar ya a su familia para irse con ella. Pero en el el viaje piensa en sus fantasías sobre sus acompañantes en el compartimento (no se ha cansado de repasarles las piernas), evoca viajes anteriores, sus vivencias con Ceci, con su mujer bendita, con otras.
La “modificación “ se opera, pues, a lo largo del trayecto, Léon acaba por darse cuenta de la rutina con Cécile destruiría la pareja, como ya ha destruido de hecho su matrimonio. Y se separa de Ceci, porque de su mujer ya estaba recontra separado.
2. Las separaciones de Maquiavelo
Cambio de tren, aunque se viaja un poco en el mismo.
Restaurado el poder de los Medici (1512), que le significó la pérdida de su cargo como Canciller, la prisión y la tortura, y, finalmente, el exilio en San Casciano in Val de Pesa, Nicolás Maquiavelo (1469-1527) tuvo que dejar desde entonces a su familia.
Casado con Marietta Corsini, con quien procreó seis hijos, Nicolás, marido desde siempre infiel, viviría entonces una serie de “modificaciones” que lo llevarían, en una especie de tren imaginario y rápido, de una separación a la otra, de un camastro al siguiente, a Antonio Beccadelli, el poeta italiano de turno a mediados del siglo XV, para su (if any) consuelo.
Quizá la más espectacular “modificación” de Nicolo en el destierro, fue la de 1513, en San Casciano, cuando decidió convino en pasar unas horas con una mujer que vivía en un sótano sin luz ni ventilación.
Concluida la convocatoria, Maquiavelo, siempre científico, quiso examinarlo todo y al encender un tizón se dio cuenta de lo que se trataba: una anciana con una nariz ganchuda que se le metía en la boca de la que, a su vez, salía -por carecer de dientes- demasiada saliba. Su cabeza, escasa en cabello, iba llena de piojos y liendres, y … nada qué agregar.
“Modificación.”
3. La (peligrosa) separación de la república
Durante los peores años de su vida, Maquiavelo se dedicó a las labores del campo y la agricultura y, en la tarde-noche, a escribir las que habrían de ser tres de sus obras fundamentales: El Príncipe (1513), los Discursos sobre las Décadas de Tito Livio (152-1517) y Mandrágora (1518), su tan celebrada comedia.
En 1520, aspirando a recuperar el favor de los Medici, pues trataba de volver a su cargo de Canciller de su república, emprende la escritura de la Historia de Florencia (1520-1525), en la que se refierirá “a las discordias civiles y rencillas internas y a las consecuencias que de ellas se han seguido y que durante mucho tiempo se silenciaron (…)
“Si en alguna república fueron célebres y demasiadas esas divisiones fue en Florencia (…). “En Roma, una vez que fueron expulsados los reyes, nació la desunión entre nobles y plebeyos, y en esa división continuó la ciudad hasta su ruina. Lo mismo hizo Atenas y lo mismo hicieron todas las repúblicas que en aquél tiempo florecieron.
“Por lo que respecta a Florencia, primero se desunieron entre sí los nobles, luego los nobles y el pueblo y, por último, el pueblo y la plebe. Y muchas veces sucedió que una de esas partes, al quedar vencedora, se dividió también en dos.
“De estas divisiones se siguieron tantas muertes, tantos entierros, tantas ruinas de familias, como no hubo jamás en otra ciudad de la que se tenga memoria.” (Historia de Florencia/Istorie Fiorentine.)