Para Susana y todas las mujeres
que día a día luchan
contra el tsunami.
El Hombre del Brazo de Oro. “Apoyé la frente en la ventanilla y lloré mientras veía el hermoso mar azul allá abajo, y las lágrimas eran dulces porque eran de amor, tu amor y mi amor. Te amo (…) ¿Dónde estarás ahora? Tal vez también estés en un avión. Cuando vuelvas a nuestra casita, ahí estaré escondida debajo de la cama y en todas partes. Ahora ya siempre estaré contigo. En las calles tristes de Chicago, bajo el ‘tren elevado’ en la habitación desierta estaré contigo, amado mío, como está la amante esposa con su amado esposo. Ya nunca más tendremos que despertar, pues no habrá sido un sueño. Es una maravillosa historia real que sólo acaba de empezar. Te siento a mi lado, y allá donde yo vaya, vendrás tú conmigo, no sólo por tu presencia, sino todo tú. Te amo. No hay más qué decir. Me tomas en tus brazos y me abrazo de ti y te beso tal como te besé. Tuya, Simone”. (Cartas a Nelson Algren, edición y prólogo de Sylvie Le Bon de Beauvoir, Lumen. Barcelona, 1999, p.16.)
El destinatario feliz de las lágrimas dulces de la muy melosa escritora francesa que por entonces tenía 38 años no era, como podría suponerse, el afamado filósofo comunista Jean Paul Sartre, su pareja formal (su amor necesario) sino Nelson Algren, un no muy conocido escritor de Detroit que durante diecisiete años (1947-1964) habría de convertirse en el amor contingente de quien estaba a punto de publicar “el libro sobre las mujeres”, como Simone llamaba por entonces al que en 1949 habría de aparecer como el referente del feminismo internacional: El Segundo Sexo. Algren, a su vez estaba terminando de escribir El Hombre del Brazo de Oro en el que flota, más que tajante y oscuro, el submundo de Chicago, pleno de tratantes, adictos, proxenetas y dealers que Nelson mostró, en las noches bizarras e intensas de la primera seducción, a quien había nacido en el elegante y nada inquietante barrio parisino de Montparnasse.
Mujeres migrantes de México y el mundo. La tarde de ayer, setenta y dos años después de la primera visita de la Beauvoir a Chicago cuando se enganchó con su “amor trasatlántico” y terminó de pulir la sentencia clave: “no se nace mujer, se llega a serlo”. El Museo de Historia de Chicago está rebosante de mujeres que están exigiéndole al mundo y a México que no deje de ubicar su circunstancia en el centro. Convocadas por el Consulado General de México y la Dirección Ejecutiva de Diplomacia Cultural de la cancillería mexicana, casi una centena de mujeres activistas, escritoras, académicas, funcionarias públicas o diplomáticas, están aquí para reflexionar sobre ese tsunami de violencias y desprecios, acosos innumerables y marginaciones sin límite, que día tras día se abate sobre las trabajadoras internacionales y muchas más de México.
Una especial mujer migrante. “Este es un día extraordinario, afirmé al inaugurar —en representación del Canciller Marcelo Ebrard, quien siempre ha estado del lado de las grandes causas de género y de la diversidad en México— porque nos estamos reuniendo para poner en el centro, donde siempre debería estar, la situación de las mujeres.
“Sra. Lori Lightfoot —agregué, al dirigirme a la alcaldesa de Chicago—, a mi madre, le hubiera dado mucho gusto saber que Chicago es hoy gobernada felizmente por primera vez por una mujer afroamericana como usted. No sabe cuánta alegría le habría producido a mi madre ver todo esto”.
Porque mi madre, trabajadora migrante, fue una reconocida activista de las causas de la comunidad mexicana de Chicago.
Recuerdo las rifas que solía organizar los fines de semana para recaudar fondos y apoyar la repatriación de los mexicanos fallecidos muy lejos de su patria.
Simone de Beauvoir en Chicago, y las mujeres y los tsunamis por derrotar. Las mujeres en el centro, siempre en el centro.
Poeta e historiador. Director Ejecutivo de
Diplomacia Cultural en la SRE