Las ciudades no tienen la conciencia tranquila ni son capaces de percibir, porque son orgullosas (y tanto), el nivel prodigioso de la felicidad que nos causan.
Así sea por unos instantes, un día, un amanecer de niebla o toda una vida de vivir bajo sus luces y encantos.
Siempre están y siempre estarán.
Descubrí Chicago , condado de Cook, ciudad de los vientos, como trabajador migrante (creo que me estoy repitiendo con la revelación, pero desde los 14 años en que cobré conciencia de mi y de lo que me gustaba en la vida, no he hecho más que repetirme, hasta la saciedad.)
Iba y venía por el “elevado”, un tren súper ruidoso y culebrón que llegaba hasta los entresijos del Downtown.
¿Buscando qué?
Quizá quería encontrar en la mítica ciudad de la mafia y de las empacadoras de salchichas algo que me hiciera eco.
Más de 15 estaciones para llegar a la Calle 26.
Sin encontrar la resonancia.
Descubrí Chicago, muchos años después, ya que había pasado por el chance fructífero, un tanto sangrón, a qué negar, de Francia y de mi “educación superior.”
Como cuando leí, años después, el diario (L´Amerique au jour le jour) que la ya superada precursora del feminismo internacional, Simone de Beauvoir, publicó en Gallimard, en 1954, sobre su primera visita a los USA, confesando su encuentro en Chicago con Nelson Algren, el “Amor Contingente” que su vida necesitaba frente al “Amor Necesario” del aburrido Jean Paul Sartre.
La Beauvoir.
Descubrí Chicago, volví a las maravillas de su lago (el Michigan), a las pizzas de cazuela, al recuerdo de Al Capone, al día que mi madre y yo, en el susodicho Downtown, ante una barra que parecía una serpiente emplumada de lustroso y mítico latón, conocimos y nos retratamos (sin selfie) con Frank Sinatra.
Descubro y me abrumo con el Chicago de hoy.
Que es el de siempre y que quizás, por andar en otras cosas o en las mismas, no había descubierto.
Justo el eco de la ciudad de siempre que me faltaba.
Hoy, más bien ayer al mediodía, conocí a Franky Piña: el alma lúcida y vidente del barrio de Pilsen, desde donde el mundo puede verse de manera grande y distinta.
Franky, activista transgénero que, según su dicho, “nació en un cuerpo con genitales de varón y corazona de mujer”, dirige en mi ciudad de los vientos el afamado proyecto cultural que circula en torno de la revista El Beisman, por hablar del sótano donde la vida en el que los migrantes que llegan a mi ciudad de los vientos han de arribar como lavaplatos para ir mereciendo, if any, algún otro lugar en la vida.
Franky Piña.
Por ella hoy supe de todo un mundo, maravilloso planeta cultural transmigrante que ella y muchos otras gentes de bien han construido con los años.
Admirable.
The Beisman Pressm Ars Communis, Literal, Suburbano Ediciones, Katakana, editoriales en español y en inglés, de Chicago, Houston y Miami, representan esa esforzada y sugerente geografía de compromiso y vida.
Al final de nuestro encuentro, Franky y yo nos permitimos ese lujo extraño, fantasmagórico, de hablar sobre el futuro.
Sobre las nuevas inteligencias sociales que en parvada comienzan a dibujar el compromiso.
Vuelta a Chicago, donde creció políticamente Obama, donde gobierna Lori Lightfoot, la ingobernable afroamericana en una ciudad afro, mexicana, italiana, ucraniana, asiática y judía.
Vuelta a Chicago, y la necesidad de entender, no cómo el mundo y la pandemia que ya chole cambiaron nuestros destinos sino cómo este universo de lavaplatos, músicos y poetas, ha decidido cambiar al mundo.
Aquí, donde nació la fama inmunda de los Chicago Boys, se respiran futuro y vida.
Vuelta al edén, con Carl Sandburg:
“Y luego de responder así vuelvo una vez más a quienes se mofan de ésta,/ mi ciudad,/ y les devuelvo la mofa y les digo entonces:/ venid y mostradme otra ciudad llena de habitantes con la cabeza bien alta,/ que canten con tanto orgullo por estar vivos, /curtidos, / por ser fuertes y astutos.”
Chicago siempre estará.