I. Porque ellos nos liberan.
Estamos en la agonía de una Civilización porfiada en el conocimiento, la ciencia y la tecnología que gracias al régimen implacable del dinero terminó pervertida en el bienestar, la salud, la seguridad, menos en la poesía. A pesar de una globalización uniformadora de la vida y el pensamiento, donde el sueño, la imaginación y la disidencia parecían no tener lugar.
Esto quiere decir que los creadores, artistas, filósofos, a pesar de sus privaciones inauditas, que tendríamos qué remediar, serán quienes le vuelvan a dar luz y sentido a la comunidad y a la vida.
Porque la comunidad vive de respuestas y el poeta, el filósofo, el artista, de preguntas que luego convierte en certezas, en verdades que hay que leer y mirar y admirar por siempre.
Porque ellos nos liberan, nos re-encuentran, nos acercan. Mientras la política, el poder o la inepta burocracia cierran espacios por vocación o necesidad de permanencia, la cultura, del lado de nuestros artistas y creadores, los abre, limpia el lenguaje, pone en tela de juicio las percepciones establecidas y, al día siguiente de todos los Ayotzinapas de este mundo, conciencia límpida de la sociedad, los condena sin reserva.
Porque las poetas, las artesanas, las artistas, las filósofas, cineastas, actrices, escenógrafas liberan a la comunidad de sus angustias y miedos presentes y ancestrales, queriendo darle alas a la comunidad, subvirtiéndolo todo, hasta el escándalo, pintando las estatuas patrióticas de bronce para gritar que todo está por hacerse, que debemos estar por una democracia, por una forma de estar, YA, en paz, que refunde la vida y el derecho a defenderla con la cultura y la poesía.
II. El viraje.
El bicho raro, multicolor engañoso que, pleno de aguijones eso sí muy manifiestos y dañinos, está haciendo estragos en la Civilización o en nuestra época, nos pide, a toda velocidad, que reaccionemos, no con iniciativas confortables o mediocres de restauración sino para reinventarlo todo. O casi.
Desde la aparición del bicho funesto, desde la Cancillería, comenzamos a imaginar un proyecto que procurara la defensa de la vida a partir de una nueva conversación cultural de nosotros con el mundo, porque ante los fallecidos por la pandemia más la inaudita y multitudinaria necrópolis de muertos por violencia creada por la Cultura del Arma de Fuego del siglo XX, las recientes explosiones racistas y de odio y los actos innumerables de violencia contra las mujeres, la cultura no debería, no debe permanecer en silencio.
Hace unos meses apenas que la Secretaría de Relaciones Exteriores organizó un encuentro latinoamericano, El Valor de la Cultura ante el Odio/México ante los Extremismos, en cuya clausura el gran poeta nicaragüense Ernesto Cardenal habría de rematar su mensaje con una aleccionadora tautología: “Porque odio el odio amo el amor.”
Ahí, la Diplomacia Cultural de México dio un significativo viraje. Soltando las amarras que la ataban, casi sin remedio, al nacionalismo cultural del Ogro Filantrópico (O. Paz), que no ha terminado de irse del todo, decidimos ir al encuentro de compromisos más innovadores y verdaderamente universales, modernos y solidarios que, sacándonos de la nuez, de la soledad, del ensimismamiento típico de lo cultural mexicano, nos pusieran en la escena del mundo.
Defender la Vida/La Nueva Conversación Cultural de México con el Mundo, es el proyecto que en estas horas de confinamiento estamos preparando con gran entusiasmo y cuya realización requerirá, en primer lugar, de la participación de nuestros artistas y creadores a quienes el Estado, no por concesión graciosa sino como obligación constitucional, tiene el deber de impulsar y respetar.