1. El costo de ser poeta

Hace seis meses mi hija Alejandra me preguntó mediante un tiro inesperado de whatsapp: “Y a ti ¿qué te costó ser poeta?” “A mí me costó -le respondí- tener que enfrentarme a esa especie de tejón católico que dominaba casi todas las conciencias de San Luis Potosí.”

En efecto, yo no había podido liberarme del peso que tenía la mochería católica en mi ciudad natal hasta que un venturoso día, poco después de la publicación de mi primer libro de poesía, cuando tenía 19 años, Pier Paolo Pasolini (1922-1975) vino a constituirse en mi salvación. “No sé fingirme calma / o indiferencia u otras / juveniles proezas, / coronas de mirto o palmas. / Oh Dios inmóvil que odio, / haz que emane todavía / vida de mi vida, / no me importa ya el modo.” (Hymnus ad nocturnum de “El ruiseñor en la iglesia católica”, 1958.)

Pasolini me enseñó, no a odiar al “Dios inmóvil” de los católicos, sino a buscar otros caminos para andar por la vida y explicarme y vivir el amor de otra manera.

2. La ruina de las ruinas

Pasolini, poeta, narrador, pintor, cineasta, fue el mejor y más duro crítico de las grandes instituciones italianas de su tiempo: el Partido Comunista y la Iglesia Católica. Pero por sobre ellos, alcanzó a ver lo que llamó “el más represivo de los totalitarismos”, la sociedad de consumo, una cultura unificadora universal. Durante el último año de su vida (1975, cuando se le asesinó salvajemente en Ostia, cerca de Roma) Pier Paolo desarrolló una requisitoria contra los rasgos que había adquirido la sociedad italiana, a la que veía tan destruida como en la segunda Post Guerra. En sus últimos escritos de crítica social, en “Cartas luteranas”, Pasolini parte de las mutaciones culturales que el desarrollo de la producción masiva y las nuevas tecnologías de la comunicación suscitaron en Italia para revelar los signos de la degradación de la sociedad y la cultura. Todo -escribiría allí- por la “aceptación social de la nueva forma del poder, el poder del consumismo, la última de las ruinas, la ruina de las ruinas”. También, por “la burguesía, que más que una clase social, es una terrible enfermedad contagiosa.” Nada más actual como crítica al capitalismo neoliberal surgido como religión de nuestro tiempo.

3. Ostia Antigua

Hace 8 años, en el verano de 2011, después de tres años de intenso trabajo como coordinador de los festejos del Bicentenario en la Ciudad de México, y antes de reemprender mi labor docente en París, decidí darme un sabático en Italia, específicamente en Ostia , el antiguo puerto de entrada del Imperio Romano desde el mediterráneo. ¿Qué me llevó ahí? Después de casi 50 años de leer y releer su obra magnífica, de sacudirme jubilosamente con su afamada, subversiva y bella trilogía de películas: El Decamerón, Las mil y una noches y Los cuentos de Canterbury, decidí avanzar en la conclusión de un libro sobre la muerte de Pasolini que había venido escribiendo desde diez años atrás.

La madrugada del 2 de noviembre de 1975, Pier Paolo fue encontrado casi irreconocible, con el corazón literalmente partido, en la playa de Ostia, donde alguna vez se encontró el balneario que Mussolini dedicó a los trabajadores y a un costado del Idroscalo, el aeropuerto anfibio del que partía el dictador a sus múltiples escaramuzas. ¿Quién le mató? ¿Los pajarracos del Vaticano, como los llamaba? ¿La mafia petrolera? Todavía, después de casi medio siglo, no se sabe quién.

Una madrugada, instalado en un hotelucho de Ostia, me pareció escuchar los bramidos brutales de un buey recién sacrificado en el mismo sitio donde en 1975 un joven de 17 años pasó por encima del corazón de Pier Paolo su propio automóvil una y mil veces. Mi libro, aún inconcluso, por ello se titulará así: “Ox”, en inglés: toro capado.


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