I. La bandera norteamericana en Palacio

Casi dos años después de que el presidente James K. Polk decidiera el inicio de la campaña de ocupación de México con las escaramuzas texanas del general Zachary Taylor, el 14 de septiembre de 1847, a las siete de la mañana, apenas a veintiséis años de la entrada triunfal del Ejército Trigarante al Zocalo -de acuerdo a las memorias de José Ma. Bárcena- “el ejército invasor tomaba oficialmente nuestra capital, haciendo ondear su bandera en Palacio Nacional. Aquel infausto día, los estadounidenses se formaron al centro de la plaza, enfrente de la Catedral, teniendo a sus espaldas al portal de las Flores, el edificio del Ayuntamiento y el portal de Mercaderes. Traían muchas de sus banderas y estandartes y, de entre ellos, un pequeño grupo enarbolando una de sus enseñas entró a Palacio.

“En mi cabeza aún resuenan los gritos, los insultos, el furor de las personas del pueblo, anonadadas ante la humillación. Era un hervidero de gente y parecía que los desalmados invasores se burlaran de nuestro pueblo, pues ondeaban su bandera desde Palacio, a un costado del reloj, mientras a todos nos comían el furor y la vergüenza. Fue el capitán Roberts el que la izó entre los vítores entusiastas de los yanquis. Una hora después llegaba el general Winfield Scott al Zócalo, siendo también aclamado y vitoreado por los suyos.”

II. Después del tratado

“Los mexicanos establecidos hoy en territorios pertenecientes antes a México y que quedan para lo futuro dentro de los límites señalados por el presente Tratado a los Estados Unidos, podrán permanecer en donde ahora habitan; o trasladarse en cualquier tiempo a la República mexicana, conservando en los indicados territorios los bienes que poseen, o enajenándolos y pasando su valor a donde les convenga, sin que por esto pueda exigírseles ningún género de contribución, gravamen o impuesto. Los que prefieran permanecer en los indicados territorios podrán conservar el título y derechos de ciudadanos de los Estados Unidos. Mas la elección entre una y otra ciudadanía, deberán hacerla dentro de un año contado desde la fecha del canje de las ratificaciones de este Tratado…” (Artículo VIII del Tratado Guadalupe Hidalgo, febrero 2 de 1848, por el que México cedió la mitad de su entonces territorio.)

III. El laberinto de siempre

“Incapaces de asimilar una civilización que, por lo demás, los rechaza, los pachucos no han encontrado más respuesta a la hostilidad ambiente que una exasperada afirmación de su personalidad (…) Lejos de intentar una problemática adaptación a los modelos ambientes, afirman sus diferencias, las subrayan, procuran hacerlas notables” (Octavio Paz, El Laberinto de la Soledad .)

IV. El extraño enemigo

De verdad ¿podremos alguna vez remontar el humillante trauma histórico que nos liga problemáticamente con los gringos?¿Por qué, a pesar de todo, cada vez que trasponemos el dintel de la Casa Blanca comienzan a temblarnos las piernas? ¿Por qué, una y otra vez, los mexicanos queremos encontrar en españoles y norteamericanos al “extraño enemigo”? ¿Es el ensimismamiento y el nacionalismo a deshoras el mejor camino para la relación con ellos?

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