Era la última semana de marzo de 2016, y como cada miércoles, después del seminario sobre la cultura mexicana en el siglo XX que impartía yo en el Instituto Cervantes de París, minutos después de pasar por la Hune, la gran librería ya desaparecida, me senté a disfrutar una manzana muy cerca del Deux Magots, en plena abadía de Saint German. De pronto, tan quitado de la pena como estaba, justo cuando había comenzado a hojear ese deslumbrante libro con el que Octavio Paz nos reveló el erotismo llameante de la India, una niñita, de 3 o 4 años, después pegar la carrera desde media plaza vino a tropezarse justo frente a mí, hiriéndose en el rostro. Segundos después, cuando yo trababa de consolarla, hizo su aparición su madre que no era otra persona que Charlotte Gaingsburg, afamada rockera y actriz francesa, hija de Jane Birkin y Serge Gaingsburg, los héroes sesenteros de “Je táime…moi non plus…”, ese atrevidísimo y un poco porno o censurado himno al amor cachondo o pasional.
Charlotte, la actriz preferida del danés Lars Von Trier, con quien la Gaingsburg acababa de filmar la mil y una veces escandalosa y escandalizante Ninfomaniaca (2013), que es la loca y poética historia del recorrido de una mujer desde su nacimiento hasta los 50 años contada por su protagonista, Joe (Ch. Gainsbourg), que se autodiagnostica y vive como ninfómana.
Momentos después del incidente, Charlotte, acompañada ya por su marido vendrían a invitarme a tomar una copa en un restaurante cercano para agradecerme el detalle con su hijita. Entonces, ya repuesto de la sorpresa de conocer en esas condiciones a la súper atractiva y famosa francesa, la felicité por su actuación en Ninfomaniaca a lo que su marido, renombrado productor de cine, reaccionó: y ¿por qué, Señor Márquez, le agradó Ninfo?
-Mire, respondí, sin dejar de pensar en los ochocientos mil momentos mecánicos, supuestamente pornográficos, que el eterno provocador de Von Trier retrata en las más de tres horas de su película. Yo creo, agregué, que el gran mérito de Ninfomaniaca es aportar conocimientos amplios y documentados sobre la historia del placer y del dolor en torno a la sexualidad desde el punto de vista religioso y cristiano. Pues en la primera parte, cuando el viejo sabio de Seligman (Stellan Skarsgard) responde paso a paso al relato de vida de Joe, él habla, entre muchas otras cuestiones, de la ruptura que se dio en el cristianismo, en el año 1080, cuando se dividieron las iglesias oriental y occidental. Para la primera, la experiencia del sexo es la vivencia del placer y la felicidad y para la segunda la del sufrimiento y el dolor. En Ninfomaniaca, a través de la vida sexual de Joe, se funden las dos experiencias. Desafortunadamente una película conceptualmente tan valiosa terminará en el archivo de la censura estatal, dije para concluir.
Porque, lo veremos en la siguiente y última entrega, cuando nos referiremos a Saló o Los 120 días de Sodoma (1975) de Pier Paolo Pasolini, es el propio Estado el promotor de la cultura pornográfica en la que el sadismo es la llave maestra de la censura y la persecución política y social.