I. No había más ruta que la nuestra

Después de la ocupación de Francia en 1941, Benjamin Pèret, uno de los poetas más importantes e influyentes del surrealismo, pasó en México casi cinco años de exilio. Al regresar a su país, al preguntársele, en un programa de radio, por el impacto que estaba teniendo ese movimiento artístico en nuestro país, diría, tajante, no sin razón: “A los mexicanos sólo les interesa México.”

Imposible negar, aun hoy, el poderoso ensimismamiento que nos caracteriza sobre todo en el espacio de la cultura, de una cierta cultura.

Porque esta recurrente vocación nacional por el apartamiento, esta manía de sentirnos únicos y singulares hasta más no poder (“México, gran potencia cultural”, “México, magia y encuentro”, “México-México-ra-ra-ra” y, como afirmó el inefable Siqueiros: “No hay más ruta que la nuestra”), sin negar la importancia de nuestros bienes culturales todos, no deja de ser un legado más que vivo del viejo Estado de la Revolución mexicana que hizo de la cultura el instrumento clave de su legitimación y de su sistemática presentación en el mundo.

No suena por eso extraño que en un artículo dedicado a “La cultura mexicana de 1910 a 1960” (Historia Mexicana, El Colegio de México, Vol. 70, Núm. 2, 278), Luis Villoro sugiera que la Revolución que acabó con la dictadura merecía, como dictum del Estado, ser pintada para ser mirada, para ser ad-mirada, en sus indígenas glorificados, en los hombres en llamas clamando justicia, en las mazorcas, machetes, sombrerazos, kepies y uno y mil bigotes o en los cuarenta y siete personajes que recorren cuatro siglos de ejemplar historia patria en el “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central”, de Diego Rivera.

II. Con las causas del mundo

Pero los mexicanos de hoy, el enjambre potente de la nueva inteligencia social surgida con el Covid, aconseja que México debe dejar de ad-mirarse el ombligo (así sea de la luna) para estar culturalmente con el mundo en sus más urgentes y recientes causas.

De ahí la importancia de la nueva Diplomacia Cultural mexicana que busca hacer de la conversación, del diálogo intercultural, la mejor estrategia para estar con “los otros”, en ese mundo de fracturas, fronterizaciones y explosiones de separatismo y discriminación que vivimos. Porque de lo que se trata es de cargar de valor un nuevo proyecto común. Y la cultura no puede más que proyectar esa legítima aspiración.

Así lo hicieron en su circunstancia Henri Bergson, Albert Einstein, Marie Curie, Paul Valèry, Sigmund Freud, Aldous Huxley, Thomas Mann y muchos otros, que en 1924, muy afectados por las lecciones y horrores de la Primera Guerra, fundaron el Instituto Internacional de Cooperación Intelectual para tratar de para fomentar a través de la cultura un nuevo orden de paz después de la confrontación.

A través del método de los diálogos culturales, como el organizado en esos años con motivo del Centenario de Goethe, o de las conversaciones y correspondencias como la que sostuvieron Einstein y Freud (1932) a partir de la punzante pregunta ¿Por qué la guerra?, los hombres de la cultura de entonces hicieron de ella un estado de permanente construcción social y solidaridad.

III. Salir de nosotros

La cultura debe servir a la integración y no al conflicto o la confrontación. Nada más contrario que esto a su naturaleza.

Y el estar con “los otros” quiere significar tolerancia y respeto a su ser cultural. Vivimos en un mundo de culturas propias que conviven en una cultura común multicultural.

Y esto aplica, por ejemplo, a nuestras comunidades de mexicanos en Estados Unidos que requieren de diversas formas de protección incluyendo a la cultural ante el supremacismo lingüístico y diversas formas de discriminación, aunque aspiran finalmente a la mejor integración, a convivir con respeto con la cultura sajona.

Salir de nosotros, mirar a los otros, actuar con ellos.

Esa es la ruta por recorrer.

Poeta e historiador. Director ejecutivo de Diplomacia Cultural en la SRE

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