La resolución de una crisis mayor como la que vivimos requiere de determinaciones mayores.

No de una gobernanza ineficaz, sin preparación y aliento para enfrentar la urgencia del padecimiento público.

No de esa política sobrada de pragmatismos sin principios, estorbosa, impune e inmoral.

La resolución de una crisis mayor como la que vivimos requiere de una considerable y bien aplicada dotación de recursos para la salud, la nutrición, la ecología, la tecnología, la educación y la cultura.

Pero, junto a ella, el mundo, el mundo cargado de anomalías que se ha precipitado con la expansión del virus requiere de ese recurso más escaso que los dineros: el talento para gobernar.

De la necesidad urgente de habilitar ese recurso casi nadie está hablando, sólo en casos aislados, como en Francia, donde el presidente Emanuelle Macron, hace algunas semanas, después de preguntarse ¿por qué hemos sido tan ineficaces frente a los “Chalecos Amarillos” y la pandemia?, decidió proponer la supresión de la Escuela Nacional de Administración Pública para abrir otras vías de formación de la élite dirigente francesa.

La resolución de la crisis mayor del mundo necesita viento fresco, ideas, prácticas, medios nuevos. De una parvada de talentos orientada a construir la nueva esfera pública que permita enfrentar, por separado y en conjunto, cada una de las anomalías que vivimos.

Una parvada de talentos que no naufrague en la retórica democrática pluscuamperfecta y se comprometa, como casi nadie acostumbra, con la tan desairada y cotidiana causa de la eficacia.

Normalmente, los nuevos talentos capaces de comandar una crisis mayor surgen, se avizoran, o no, en el transcurso de ella misma.

Y sólo haciendo la crítica del mundo de la pandemia es que podríamos identificarlos.

Una rigurosa crítica de nuestro tiempo, debería comenzar por hacer a un lado la vulgarísima aspiración a una “normalidad restaurada” (con todo y sus viejos y derrotados, “reelectos”, dirigentes), y la precipitada propuesta de que, luego de una vacunación exitosa y de la inyección de recursos para inflar los mercados, deberíamos sentarnos para ver llegar a la pacificadora de conciencias de la normalidad y volver a lo mismo.

No.

La reinvención del mundo, que consistiría en dar paso, en lo práctico, entre otras cosas, a las nuevas ideas, voces y dirigencias, pasa también por la ponderación, por la medición de las fuerza propia y las realidades, y, sobre todo, de la disposición de cada quien para asumir este reto mayúsculo que exige una gran seriedad, claridad y disposición autocrítica.

Para quieres viven o ya estaban involucrados a fondo con cambios o transiciones nacionales, esta crisis mayor del mundo ofrece grandes espacios de creatividad e innovación para quienes en efecto, después de este tiempo complejo y atroz, en verdad quieren cambiar.

De aquí la importancia de la crítica y la autocrítica de quienes hoy están en las posiciones de poder y decisión.

De aquí la importancia de admitir que sí, que el mundo perdió con una crisis mayor el sentido y que necesitamos uno nuevo, una nueva utopía basada en el cuidado irrestricto de la vida, reconociendo el daño enorme que hemos hecho a la naturaleza, el odio y la discriminación reconstituidos durante la crisis sanitaria y el separatismo y la fronterización entre países y comunidades.

Queda claro pues que, en su reinvención, el mundo no podrá prescindir, no puede, de las distorsiones e intereses dominantes, neocapitalistas, que han causado el desorden cultural vivido por todos desde la Segunda Posguerra.

Queda claro, también, que, y ustedes no habrán de negarlo, que cambiar la vida, nuestra vida, tendrá cada vez más con Rimbaud y todos los poetas que a gritos le piden al mundo el cambio desde el amor.

(Próxima entrega: II. La parvada)

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