La vida está en otra parte, la vida está aquí, bajo los soles de Calw, bajo el amparo de un olmo generoso que hace crecer nuestra esperanza. Hace siglos Hirsau era tan sólo una abadía benedictina de fundadores, el recuerdo innombrable de la destrucción casi a finales del XVII, durante la Guerra de los Nueve Años (1692), que se libró para intentar frenar la expansión francesa en el Rhin.
Hace horas que el orgullo vital, verde, marrón y rosáceo de un árbol sin fama y sin nombre, nos recuerda sin más a Rimbaud. “Hay que reinventar el amor, ya se sabe.” Hay que cambiar la vida, reinventando el mundo y el amor. Miremos de soslayo a la barbarie, a la envidia de la envidia, al odio y al rencor que fundamenta el poder.
Bajo la sombra clara de esta mañana de otoño, sabemos, porque lo dicen estas hojas amarillas que pueblan plenas, acaso tiernas, los adoquines medievales que acompañan nuestra nostalgia, de pronto soy feliz. ¿Es que alguien puede vivir su vida como un instante, con el recordatorio doloroso e infame de las víctimas de ayer?
La vida está aquí, en nuestros sueños, a unos pasos del nacimiento de la Selva Negra donde los árboles parecen una formación de ilusiones. La vida, a fuerza de desearla, como deseo tanto tu amor, ese amor que nos trajo hasta aquí, donde sólo quedaron tan sólo ventanas y quicios, puertas abiertas, arcadas que miran como nosotros el cielo abierto que estos árboles solidarios y bellísimos pretenden alcanzar.
La vida está, saliendo apenas de Hirsau, en la casa de Eniz Isik, amigo de Mustafa.
En la grandeza sencilla de esa trucha servida con cariño y satisfacción por la esposa de Enziz, un amoroso migrante histórico turco, como ella y Mustafa.
Cómo reímos a la hora del café y de ese postre diminuto rodeado de cariño y pistache.
La vida está aquí, con la fuerza tranquila y protectora de los árboles de luz que apenas dejamos atrás.
La vida es el regreso a la ciudad de calles grises, de tristes edificios sin color sobrevenidos con la guerra, la última, la primera, con la destrucción de siempre.
La vida es el comienzo, en el aire limpio, en el amor de tantos seres que han dejado su patria para venir aquí, para siempre jamás.
La vida es ese puñado de semillas que un día sembraste presintiendo la alegría de la flor.
La vida sigue aquí, a pesar de todo, siempre estuvo no obstante la barbarie y las guerras salvajes de tanto emperador.
La vida está en los árboles de Hirsau. En el poema que Herman Hesse, compañero audaz de nuestros primeros años de descubrimiento y valor, que un día como yo, como tú, decidió soñar y vivir para siempre el sueño de Hirsau: “Mientras descanso bajo los abedules / recuerdo tiempos ya pasados, / cuando con mi dolor adolescente / un mismo olor atravesaba el bosque. / En este lugar mismo, sobre el musgo, / tímido y ardoroso, yo soñaba / con una joven rubia y muy esbelta, / primera rosa para mi corona (…)
La vida es el vuelo y los árboles de Hirsau. La vida que se abre. El amor como creación tuya y mía. La vida sin los engaños y espejismos del engañoso futuro. Porque debemos reinventar el estar, sin deshojarnos sin motivo. Sin perdernos en la niebla conocida.