1. Para ponerle gasolina al coche.

En un encuentro que sostuve hace exactamente 43 años, el 20 de noviembre de 1978, en su rancho de la huasteca, Gonzalo N. Santos, el legendario cacique potosino a quien el Jefe Máximo Plutarco Elías Calles solía llamar “Mi Alcapone”, interrumpiendo un tanto brusco mi hiper ingenuo y elaboradísimo discurso de estudiante del Colegio de México, me salió con la siguiente pregunta:

-Bueno, a ver, chinito -ese día la humedad que venía del golfo y de Tampico me había encrespado bastante el cabello-, y ¿qué es lo que pretendes con todo esto?

-Mire, mi general, pues estoy preparando una tesis de Maestría en Ciencia Política para El Colegio de México, que, espero, luego será un libro.

-¡Ah!, reviró, con los ojos chispeantes, mientras yo no lograba quitar la vista de los gallinazos tipo Chucho Reyes, que revoloteaban, estampados, en su impecable camisa blanca como queriendo pelear.

Mira, Chinito (oootraa vez: quedaba más que claro que al llamarme por mi apariencia y no por mi nombre el cacique sólo quería amilanarme, y de alguna manera lo logró.)

Déjame decirte una cosa: algunos andamos en la política porque nos gusta el poder; otros, porque necesitan dinero para ponerle gasolina al coche, y otros más, como tú, que son los que menos importan, porque quieren escribir libros. Imagínate tú: ¡libros!, remató, y vaya que me remató.

Horas más tarde, ya repuesto de la zarandeada que “mi objeto de estudio” me había provocado muy temprano; cuando ya había concluido su fiesta de cumpleños con una Carambola de Gallos, versión colectiva más que salvaje y prolongada de la pelea de gallos en el trópico de México, (todos vs. todos, sin límite de tiempo y en el tamaño de las navajas) en la que unos escuálidos gallitos serranos se habían despachado, a las primeras, a los cuatro contendientes pata amarilla que el viejo había mandado traer de un famoso criadero de Houston, volví, disciplinado, cuestionario en mano, a mi sociológica carga con el general. “Hablemos -inicié con disimulado y muy quebradizo aplomo- de la Alianza de Partidos Socialistas de la República Mexicana que fundó usted en 1926 y fue la base del cabildeo para reformar la Constitución y permitir la frustrada reelección de Álvaro Obregón en la presidencia dos años después. Ah, y por cierto, ¿de dónde vino el título de Socialistas?

-Mira, Chinito, eso no importa, tú le podías poner, como era en la época del trompudo Lázaro Cárdenas, a un partido el nombre de Partido Estrella Roja, y no quiere decir nada. En la política las ideas no importan, chinito, lo que importa es llegar al poder y que no te lo quiten.

2. Cincuenta años después.

Casi 50 años después, arrellanado en mi silla de siempre, en medio de la paz que a partir de las 8 de la noche suele instalarse en mi departamento de Polanco, no deja de conmoverme la contundencia de la frase de quien afirmaba, además, que la única manera de no perder el poder era la aplicación sistemática del Tanteómetro político, ese pragmatismo sin principios heredado a la cultura política mexicana por el maestro de maestros que fue Porfirio Díaz.

“En la política las ideas no importan lo que importa es llegar al poder y que no te lo quiten.”

¿En qué estábamos hace 43 años cuando el cacique matón, cinco veces diputado, atormentó, como él mismo afirmara, a la Constitución para que los sonorenses no perdieran el poder?

El mundo estaba en lo de siempre pero tenían cabida los sueños, los cambios sin ruptura preferibles siempre a las cruentas divisiones que impiden cambiar.

Luego de 1968 y 1971, el sistema político mexicano y el poder presidencialista de un solo hombre, parecían avanzar firmemente hacia la democracia, y las ideas libertarias florecían, no sin censura, en una América Latina con las venas abiertas.

“En la política las ideas no importan lo que importa es llegar al poder y que no te lo quiten.”

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