I. Odiseo.
Harto del encierro voy, aunque encierro, según el vocerío de las ganaderías bravas son los astados listos para salir y echar encima de la humanidad flacucha de los manolos manoletes sus cuatrocientos kilos de churrasco para matar.
Olé, oleaginosos del matadero, del burladero pues.
Harto, no del pitido del ferrocarril, que ya no existe, sino del silencio.
De ese silencio atroz, arenoso y oceánico, como el de las sirenas, como el de la sirena náyade increíble que un día, sin más, se me apareció ondulante, sonriente, bellísima, llena de luz, en Estambul.
“Las sirenas poseen un arma mucho más terrible que el canto: su silencio”, escribió Kafka, y sí.
Para protegerse del canto de las aterradoras nereidas, Odiseo, se cuenta, tapó sus oídos con cera y se hizo encadenar al mástil de su nave. Pero el esposo de Penélope era tan astuto, tan ladino, verdadero cantamañanas, que tal vez supo del silencio de las ninfas y se dedicó tan sólo a representar tamaña farsa para ellas y los decepcionados dioses.
II. Mi sirena.
De Estambul me viene ahora el recuerdo de mi sirena y hasta revivo, escribo, ilusiono y trabajo. En el encierro laborioso. Sigo recorriendo el mapa infinito por más de veinte subregiones del mundo, de Budapest a Vancouver, de El Paso, Tex. a Beiging, donde tantos mexicanos de bien, embajadores, cónsules, animadores de cultura, se preguntan, nos preguntamos, por las flores y los cantos, por el porvenir, por cómo hacer mejor lo nuestro, sin descuidar un solo momento el compromiso diario que tanto los prestigia y enaltece.
IV. Camus.
De Estambul me llegan noticias sobre los maravillosos libros que dejé: las obras completas de George Steiner, Rabindranath Tagore y Albert Camus, tan citado en esta hora despreciable de la peste. Antes de reunirme con los cónsules de Austin, Brownsville, Dallas, Del Río, Houston y otros más de la región Frontera, puro Texas, voy a la introducción del Tomo I de la bellísima edición de Gallimard/La Pléiade, donde Camus explica su antiguo deseo de ser escritor.
A la pregunta de Jean-Claude Brisville, que lo interrogó en 1959 sobre el momento en que tomó conciencia clara de su vocación de escritor, el autor de El Extranjero y La Peste, respondió: “Vocación no sería precisamente la palabra. Hacia los diecisiete años yo deseaba ser escritor y, oscuramente, sabía que llegaría a serlo”. ¿Qué quiso implicar el escritor de una obra tan llena de luz y sol con el “oscuramente”?
V. El Bósforo.
Después de Istambul, a todo galope, pisándonos la vida y algo más que los talones, vendrían los jinetes apocalípticos de Wuhan.
La existencia ya no sería igual aunque sabemos, “oscuramente”, que la vida se volverá a fundar. Primero fue Bizancio, luego Constantinopla y ahora Estambul. Aunque los cruces mágicos y nocturnos del Bósforo siempre estuvieron ahí.
VI. La playa está llena…
“Lo primero que encuentres en ruta será a las Sirenas, que a los hombres hechizan venidos de allá. Quien incauto se les llega y escucha su voz, nunca más de regreso el país de sus padres verá ni a la esposa querida ni a los tiernos hijuelos que en torno le alegren el alma. Con su aguda canción las Sirenas le atraen y le dejan para siempre en sus prados; la playa está llena de huesos y cuerpos marchitos con piel agostada” (Homero, Odisea, Canto XII).
VII. El amor y la vida.
Como Odiseo, la humanidad herida de muerte pero llena de vida desde Wuhan, ha emprendido un nuevo viaje. Pero, a diferencia de Ulises que buscaba a su padre, la humanidad quiere encontrar a su madre, a la naturaleza que abandonó, en un viaje de ida mientras el del héroe legendario es de regreso.
Por la Sirena, por mi Sirena de Estambul, yo sé, por todo lo que hay de bueno y bello en ella, que un viaje tan intrincado como ese sólo “oscuramente” llegará a buen puerto con el concurso del amor y la defensa de la vida.
Por todo y en todo.