Enrique Márquez

Hablemos de la violencia contra las mujeres y no sobre sus pintas

28/11/2019 |02:18
Redacción El Universal
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1. Nota al lector. Haciendo a un lado sus temas encopetados y habituales, este articulista quiere ser solidario con las muy ofendidas mujeres de nuestra ciudad y del país, que más que manchar mármoles y canteras buscan limpiar a la nación del autoritarismo patriarcal.

2. Hipótesis básica y vergonzosa: En México, las mujeres, que no han estado en el centro, se enfrentan, se han enfrentado desde siempre, a un absoluto estado de anormalidad. Se han documentado de sobra los abusos y ultrajes, las humillaciones, la barbarie cotidiana y mortífera que soportan pero hasta hoy, vista la magnitud y el color intenso y rojo de sus pintas y protestas, no han merecido la correspondiente justicia y protección, ni las albricias de un cambio cultural profundo que las respete y reconozca.

3. Testimonio primero. Tuve una madre digna y trabajadora que, aparte de entregar sus días, como mexicana migrante, en diversas factorías de Chicago, fue una activista solidaria con sus compañeras y compañeros de destino. Murió como vivió: plena de congruencia, sabedora de su valía, aunque ciertamente triste, como muchas mujeres que se van al norte o a otra parte.

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4. Testimonio segundo. Al iniciarse 1990 tuve oportunidad, siendo coordinador de asesores del entonces Regente de la Ciudad de México, Manuel Camacho Solís, de atender un caso siniestro: una veintena de mujeres que fueron violadas sistemática e impunemente por el grupo de escoltas de un político muy influyente, llegaron hasta nosotros con una extraña petición: “Licenciado, sólo queremos —adelantó una de ellas— que se erija en Reforma un monumento a la mujer violada para que eso nunca vuelva a ocurrir.” Cuando Camacho me preguntó “¿y qué les respondiste?” Les propuse —dije— que era mejor que se establecieran agencias del Ministerio Público especializadas en la atención de las denuncias de las mujeres. Y el Regente, muy atento y solidario con el caso, rápidamente procedió al establecimiento de esa nueva institución.

5. Testimonio tercero. Era 1994 y yo acompañaba al mismo Camacho, como asesor, en la comisión negociadora de la paz y la reconciliación en Chiapas ante el Ejército Zapatista de Liberación Nacional.

Del memorial de agravios presentado entonces por el Subcomandante Marcos, sobresalía una insoportable afrenta: niñitas de 12 o 13 años, enviadas por los caciques locales a la Ciudad de México, constituían el solaz, en fiestas bautizadas como “étnicas”, de no pocas importantes figuras de la élite nacional.

6. Testimonio cuarto. Vinieron después los horrores de las muertas de Juárez, de las de aquí, de las de allá y de las de acullá. Y lo de todo lo demás, hasta el día de hoy.

7. Testimonio 5º. Por circunstancias que un día revelaré, me vi de pronto, no hace mucho, en medio de la investigación sobre la vida sentimental de Simone de Beauvoir cuando precisamente ella daba los últimos toques a la biblia del feminismo internacional de mi generación: El segundo sexo. “No se nace mujer, se llega a serlo”, sería la frase fundamental de su discurso. Pronto abrumaré al lector con un libro sobre esta historia que he venido escribiendo durante los últimos cinco años y que las pintas que quieren limpiarnos del patriarcado infernal me motivan y urgen a concluir.

8. ¿Qué hacer ante los horrores que viven en México las mujeres? Me lo dijo mi hija a propósito del mensaje que habría yo de pronunciar en la inauguración del Encuentro Cultural Mujeres Migrantes de México y el Mundo, organizado por la Diplomacia Cultural a mi cargo en la Secretaría de Relaciones Exteriores en la ciudad de Chicago los pasados días 15 a 17 de octubre: “Papá —me dijo mi hija—, de lo que se trata es de poner a las mujeres en el centro”. Nada más.

Poeta e historiador.
Director Ejecutivo de
Diplomacia Cultural en la SRE