La muy pedagógica Seño Leonor. En una extraña revelación, Donatien Alphonse François de Sade, el afamado libertino francés, el tantas veces perseguido, el huésped frecuente de las prisiones de La Bastilla y de Vincennes, del manicomio locuario de Charenton, el furibundo amante, en suma, de la guillotina revolucionaria de 1789 cuenta, en la parte final de su Diario íntimo (1814), que una tarde, cuando intentaba enamorar a Madeleine Lecrec, la última amada de su vida, se dedicó a leerle páginas enteras de Don Quijote de la Mancha en uno de los apartados de su encierro en la casa de locos. Confieso aquí la admiración, la tirria inmensa que me provoca la cercanía que nunca tuve, a diferencia del escandaloso marqués, con las peripecias de Sancho y los afanes de su amo en pro de la justicia y de Dulcinea del Toboso, esa mujer imaginaria y perfecta con la que todos alguna vez soñamos. Y aquí declaro responsable del alejamiento a mi maestra de literatura de primero de secundaria que nos ponía a leer de pie y sin parar, como pericos en su palo, los cincuenta y dos capítulos de Don Quijote. ¡Y ahora va…!, gritaba la muy pedagógica Seño Leonor, el capítulo diecinueve “Donde se cuenta la aventura del pastor enamorado, con otros en verdad graciosos sucesos”.

Confieso que ni cuando tuve noticia de que Carlos Fuentes tenía el hábito de releer cada año la novela inmortal tuve el resorte suficiente para acercarme a ésta y a la España que vivía en sus adentros.

Elisa vida mía. Mi relación con España, con su gran literatura, se fue tejiendo en mi aprendizaje como poeta, cuando conocí al Inca Garcilaso de la Vega: ¿Quién me dijera, Elisa, vida mía, / cuando en aqueste valle al fresco viento / andábamos cogiendo tiernas flores, / que había de ver con largo apartamiento / venir el triste y solitario día / que diese amargo fin a mis amores?

Después vendrían la generación del 27 y, más tarde, en 1970, la antología de José María Castellet, Nueve novísimos poetas españoles, donde Leopoldo María Panero, Manuel Vázquez Montalbán, Ana María Moix, Pere Gimferrer y otros, aparecieron como albricias de renovación de una España todavía gobernada por el Generalísimo.

Con la Guerra Civil vendría un aluvión, como se sabe, de poesía grande y comprometida, desde el ¡No pasarán! (1936), de Octavio Paz; España, aparta de mí este cáliz (1937), de César Vallejo, hasta la España en mi corazón (1938), de Pablo Neruda.

España en mi corazón. Vendría después, el desbordante Libro del frío, de José Antonio Gamoneda, que hoy me llena de vida con sus enigmas y grisuras: “Era incesante en la pasión vacía. Los perros olfateban su pureza y sus manos heridas por los ácidos. En el amanecer, oculto entre las sebes blancas, agonizaba ante las carreteras, veía entrar las sombras en la nieve, hervir la niebla en la ciudad profunda. Era sagaz en la prisión del frío”.

España del frío, de la Sierra Morena, España en mi corazón.

En la patria del Quijote. Cumplió el día de ayer un año de apertura la Casa de Mexico en Madrid, institución fundada por el altruismo de D. Valentín Diez Morodo. Enhorabuena por su generosidad, por los empeños creativos, muy profesionales, de su directora Ximena Caraza y de su equipo. La Casa, junto con el Instituto de Cultura de nuestra embajada en España, cumple con excelencia la promoción de nuestro país en la patria del Quijote al que un día espero leer lleno de gozo, no como un perico en medio del salón de clase.


Poeta e historiador. Director Ejecutivo
de Diplomacia Cultural en la SRE

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