I. Vivir o sobrevivir en lo mismo y para peor.

Para Alejandra, Raúl, Enrique, Santos y Marisa,
con amor y esperanza

 

Todavía no terminan el Estado, los gobiernos, las organizaciones internacionales, la esfera pública, la sociedad misma de hacerse cargo (o no) de tantos y tantos contagios y de los demasiados muertos -que, desde Guayaquil hasta el norte de Italia no han sido tratados con dignidad- cuando el tema de los vivos, de la vida misma, está ya rondando entre nosotros. En la política y el compromiso concreto, visible. No en las facultades de Filosofía. Vivir o sobrevivir en lo mismo y para peor, ya en la post-pandemia, será un tema básico, el tema a resolver en esta época nueva, todavía incierta. Restaurar, alimentar la separación y la confusión o entregarnos a ese tiempo nuevo tal y como nos ansía: creativos, autocríticos y resueltos, renovados, será una gran muestra de inteligencia colectiva y política. Y de gran amor por la humanidad, por cierto.

2. Dieciocho millones de muertos transitan por el cielo y los inframundos.

En las epidemias precedentes o históricas, la vida humana no contaba: abrumadoramente corta, no tenía un valor económico o ideológico. Porque, ante la falta de los medios para combatir el mal (sic y recontra sic con dedicatoria a las ineficacias del presente), las sociedades, por entero religiosas, plenas de resignación, se preparaban para la Vida Verdadera que venía después de la muerte. Pensemos en los pueblos nahuas, víctimas de las dos grandes pestes del Cocoliztli del siglo XVI (entre 1545 y 1576: 18 millones de muertos) transitando, según nos ha contado nuestro Eduardo Matos Moctezuma, arqueólogo y antropólogo eminente, por el cielo y los inframundos, por el Omeyocan, el cielo rojo, el amarillo o el Ilhuícatl Yayahuuhca (cielo verde y negro y muchos cielos y mundos más.)

3. La barbarie.

Tiempo después de una reunión que sostuvimos hace ya más de diez años, en Londres, el hoy Canciller Marcelo Ebrard, Carlos Fuentes y yo con un grupo de los intelectuales

ingleses más destacados del momento, tuve oportunidad de conversar con el historiador Eric Hobsbawn, quien no había logrado asistir a la reunión londinense.

Autor de la Historia del Siglo XX, militante, testigo socialista, amoroso sin remedio de la vida, Hobsbawn, ya en sus últimos días, hablando de esta obra abrevió: “Si tuviera que resumir el siglo XX diría que despertó las mayores esperanzas que haya concebido nunca la humanidad y destruyó todas las ilusiones e ideales”.

“Como este siglo nos ha enseñado -había escrito él 15 años antes- que los seres humanos pueden aprender a vivir bajo condiciones más brutales y teóricamente intolerables, no es fácil de calibrar el alcance del retorno (que lamentablemente se está produciendo a ritmo acelerado) hacia lo que nuestros antepasados del siglo XIX habían calificado como niveles de barbarie.”

El problema de fondo de hoy es que la matanza, que cruza el terrorismo, el crimen organizado, los crímenes de odio y demás, que hicieron crecer en Hobsbawn la convicción del desarrollo incontenible de una “Cultura del arma de fuego” como característica de nuestro tiempo, ha adquirido condición de una experiencia cotidiana “aceptable” que ya no sorprende a nadie y se asimila, de modo inquietante, con la necrópolis mundial creada a partir del Covid 19.

4. NO.

En una de sus más felices y oportunas ocurrencias, Fernando Savater recientemente declaró: “En un país que valora el PIB y no la cultura, el producto interior será cada vez más bruto”.

Y sí.

La vida tiene hoy un valor infinito, no sólo porque se tiende a vivir más, no sólo porque la capacidad de producción individual es más importante, favorable y apetecible que nunca, sino porque ética e ideológicamente no debemos, no, seguir valorando la vida a partir de criterios económicos.

NO.

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