En el momento que escribo, mi lectura de dos ensayos de Règis Debray de hace diez y once años: Éloge des frontières (Gallimard, 2010) y Du bon usage des catastrophes (Gallimard, 2011), todavía sigue ajetreando mi pensamiento dado el nivel de provocación que acostumbra nuestro amigo querido, entrañable maestro.
“¿Cómo vivir y pensar el riesgo en nuestras sociedades? ¿Cómo conjurar lo trágico de la existencia? ¿Cómo, en medio de los escombros, superar la tristeza, el fatalismo y la desesperanza?”, escribe Règis para proseguir: “Los japoneses tienen siempre su respuesta en la invocación del budismo. Occidente tiene otra, enraizada en la tradición judeo-cristiana: la catástrofe como mensaje simbólico y como iniciación del Apocalipsis. Y, aún más: para decodificar el mensaje, cuentan con la posibilidad de retomar el viejo artificio del futuro: el profetismo.”
Los mexicanos, que como muchos hemos visto de pronto nuestra fe extraviada ¿a qué debiéramos acudir para no caer y reincidir en el serpentín ingrato del desánimo y el abatimiento?
¿A la virgencita Morena del Tepeyac? ¿A las “lecciones” de una “Historia” incapaz de orientarnos con su rotundo magisterio dada la novedad y la complejidad de lo que pasa?
Nación de inteligencias sociales nuevas y poderosas (mujeres, ambientalistas, científicos, pueblos originarios, cineastas, comunicadores, filósofos y poetas.)
País solidario y entero ante la adversidad y los sacudimientos, México podría vislumbrar un horizonte mejor y distinto a condición de enfrentar y analizar los obstáculos que hoy parecen negarle la posibilidad de imaginar senderos muy diferentes a los desde siempre y hoy, ya, definitivamente perdidos.
Porque la aspiración a una “nueva normalidad” sólo podría basarse en el reconocimiento del estado de anormalidades que nos han acompañado en las últimas tres o cuatro décadas, en las que nos dio por vivir en un creciente y constante abuso en casi todo.
Hemos vivido un país de poderes fácticos y mafiosos que sacrificaron toda oportunidad de transición democrática verdadera por la derecha, el centro y la izquierda errada (esquina, bajan.) Una nación plena de desigualdad y pobreza. Un México atrapado en la negociación extenuante con el vecino del norte que nos orilló a dejar de mirar al sur y a muchos otros puntos del mapa. Una patria de cofradías corruptas y violenta, que sacrifica y ve morir, indefensas, sin justicia, a las abuelas, a las madres y a las hijas. Un lugar, el nuestro, que renunciando a lo propio, ha sucumbido sin razón a los estereotipos del dispendio, la frivolidad y el progreso sin más.
Toda una crisis cultural de época en la que la economía y la política se alejaron de la vida.
Ahora que el mundo, consciente de esta barbaridad, ha comenzado a pensar en invertir y desarrollar la salud, la alimentación, el agua, la agricultura, las energías propias y limpias, la tecnología, lo digital, la educación, la ciencia y la cultura, ¿qué estamos dispuestos a hacer y cambiar?
¿Cómo vamos a estar en la reinvención del mundo recreándonos, con fuerza, sin la impunidad que conlleva toda falta de conciencia y de compromiso elemental?
Los mexicanos, que somos poseedores de una gastronomía espléndida, somos no sólo lo que comemos sino lo que pensamos.
Deberíamos.
Necesitamos que México, en este tiempo fresco y de dificultad, haciéndose cargo de lo propio, despliegue, con toda la fuerza de su iniciativa y de su entramado cultural, público y sobre todo civil, un nuevo y audaz vuelo, cargado de vida, de utopía y esperanza, para conversar con el mundo, palmo a palmo, para inaugurar una era de reencuentro sincero de la cultura y la naturaleza, en el que la cultura sea el mejor antídoto de la discriminación y los odios.
Un vuelo en el que la parvada de las nuevas inteligencias sociales alcancen el cielo que les corresponde.
Poeta e historiador. Director ejecutivo de Diplomacia Cultural en la SRE