A medida que se aproxima inexorable y amenazante “el tiempo de las grandes definiciones”, el dilema a resolver no es sobre quién recaerá la gracia del bendito y autoritario poder en este sufrido, maltratado y despreciado país de un solo hombre.
Para muchos, sobre todo para los buscadores de poder o de quienes pretenden a toda cosa retenerlo, el enigma máximo gira en torno de quién podría darle una continuidad, casi perpetua y sacrosanta, irracional por caudillesca, a eso que lejos de parecer una profunda transformación nacional se ha venido configurando cada vez más como un riesgoso y casi incontenible asalto del poder a la nación.
Hace dos décadas, perdida la oportunidad que tuvo México para cambiar con la llegada al poder de la oposición, me convencí de que el país iba a prolongar lo que entonces percibía como “una decadencia estabilizada” que habría de encontrar, más adelante, un punto de precipitación mayor como en efecto sucedería doce años después con la reconquista de la presidencia por el PRI.
Para entonces el sistema político y el paisaje todo del poder, devastado, humeante, pleno de ruinas, semejaba un campo de guerra y de saqueo creado y sostenido -si acaso- por el control y la cooptación política y social de los gobiernos corruptos a cual más.
Fue entonces que, debido más a la erosión de casi todo en términos políticos e institucionales, el país extenuado, casi herido de resignación, decidió confiar en la propuesta de Andrés Manuel López Obrador.
Lo que no sabíamos, hoy lo tenemos claro, o para mi está más claro que nunca, que lejos de representar un quiebre de significación a la decadencia que había venido asfixiando al país, la tan cacareada y en cierto modo vacía y distractora 4ª Transformación forma parte, muy dinámica y peligrosa, por cierto, de la descomposición que nos agobia desde hace décadas.
Superado el período de gracia del que dispone todo nuevo mandato presidencial, la 4T -artificio ideológico que como muestra de su espíritu decadente nos remite al pasado y no a nuestra urgente necesidad de futuro- comenzó a diseñar, con todos los instrumentos de poder económico y político, de modo obseso y falto de responsabilidad, una suerte de “patria morenista” opuesta a la otra, a la que no cuenta y en la que nos encontramos miles y miles de mexicanos excluidos de toda política pública (if any), de todo bienestar que en un país democrático debiera comenzar por la tranquilidad de las conciencias y el derecho a la vida.
¿A dónde va México? ¿Qué tipo de continuidad merece un país tan engañado, tan perseguido, tan excluido por esa especie de asalto del poder a la nación que vivimos?
No debemos, no podemos dejar avanzar el proyecto que es de un solo hombre cada vez más incontenible y falto de razón política e histórica.
Una nación no muere nunca, el poder sí, y todavía más el poder abusivo que miente compulsivamente. El poder de un solo hombre que gobierna enfrentando su patria ideológica con la nuestra, no debe seguir conduciéndonos hacia el barranco, a una posible crisis constitucional en vez de una transición hasta donde sea posible ordenada, que no altere más nuestra paz.