“El era como el Perú, Zavalita, se había jodido en algún momento. Piensa: ¿en cuál? El Perú jodido, piensa, Carlitos jodido, todos jodidos. Piensa: no hay solución.” Comienza así Conversación en la Catedral, la tercera gran novela de Mario Vargas Llosa, uno de los críticos más feroces e incómodos del sistema político mexicano contemporáneo. ¿Cuándo se jodió México?, podría demandársele al peruano en el momento en que nuestro ex país vive y muere por volver a los quicios perdidos. En 1928, cuando se fundó el PRI , podría responder archi seguro el narrador de Arequipa, que en un encuentro convocado por Octavio Paz en 1990, habría de descargar esta metralla: “México es la dictadura perfecta -dispararía. La dictadura perfecta no es el comunismo. No es la URSS. No es Fidel Castro. La dictadura perfecta es México, tiene las características de la dictadura: la permanencia, no de un hombre, pero sí de un partido que es inamovible.”

Exactamente una década después, el casi petrificado, presidencialista y autoritario partido tricolor habría de caer, aparentemente noqueado por el candidato de la oposición Vicente Fox, porque pronto sería más que evidente que -lejos de encabezar la transición a la democracia- el empresario de Guanajuato sólo vendría a apurar, cual enfermero de turno, la inesperada transfusión de sangre priista en cuerpo panista para que casi todo siguiera igual.

Hechizado con el toloache de la “democracia sin adjetivos”, en una cartografía nacional alterada por la presencia del narcotráfico y del crimen organizado, entre otros inatendidos y graves desafíos de Estado, ex México fue perdiendo velozmente la tan acariciada oportunidad. Porque, luego del primer año de Fox, una sociedad insurrecta, antipriista y en principio insumisa, sentada, bien portadita, sin alterarse, vio como el amotinado e insolente mandatario de las “tepocatas, alimañas y víboras prietas”, después de sacar al PRI de Los Pinos comenzó a retroceder, quedándose afuera, para proseguir mansamente la ruta ultraliberal decretada por el priismo en decadencia que venía de 1994.

Una nueva oportunidad llegaría, por el cauce de la izquierda, pasado un cuatro de siglo, con los trabajos y los días, no pocas veces difíciles y penosos, de Andrés Manuel López Obrador . Cuatro años después de la triunfante acometida de Morena, un ex México, últimamente un tanto difuso y confundido, ha comenzado a vivir la nostalgia por el futuro.

Porque, sacudido hasta la raíz, como tocaba, por tanto añoso lastre que cargaba el país, por los radicalismos, las ineficacias y los despropósitos, y una desconsiderada e incesante guerra contra quienes se atreven a contradecir. En medio de las fatigas de la pandemia, de los reacomodos del mundo, de la omnipresencia intimidante de los USA y de una estorbosa sucesión presidencial, ex México no sabe a ciencia cierta si podremos llevar la oportunidad de hoy a buen puerto.

Aunque sabe, porque ex México ansía y necesita demasiado el porvenir, que la única continuidad que importa es la continuidad de un cambio que sepa reconciliar y reanimar al país, liberándolo del ensimismamiento.

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