I. Humanizar la Historia.

No obstante que toda mi educación transcurrió en escuelas oficiales, siempre he vivido muy lejos de nuestra Historia de Bronce, del recetario patriótico que nos aplicaban sin misericordia los maestros de civismo.

No es que no amara a mi patria, sino que aprendí a quererla entendiéndola, poco a poco, no como parte de un mural colorido, lleno de globos, mazorcas y piñatas, sino de un mundo muy ancho y ajeno, por descubrir e inventar.

Porque, acodado en mi pupitre de 2º de primaria, en un viejo salón de muros altos y duela sonora, un buen día aprendí a cantar La Marsellesa.

¿What? Sí, La Marsellesa. En 2º.

Mi maestra de música era tan culta y excepcional que me condujo además al amor por la literatura y a la publicación temprana de mis poemas.

Seguramente, sin el encuentro venturoso con ella nunca habría tenido la disposición y sensibilidad para descubrir en Benito Juárez no sólo al héroe marmóreo, distante y supremo sino al mejor bailarín de Oaxaca con el que todas querían. Quizá por su seductora fonética o lo enigmático de su circunstancia transatlántica, La Marsellesa, finalmente un himno patriotero como tantos, me había dotado sin duda de la apertura suficiente como para investigar y divulgar, en un acto de humanización sincera, la condición del cura Hidalgo como Padre de la Patria y como padre de familia.

Emparejado en el pueblo Dolores con Josefa Quintana Castallón, el Héroe del 15 de septiembre de 1810 procreó una hija, Micaela y, luego de dos generaciones, a tres tataranietas: María Esther, Esperanza y Mercedes Vázquez Mendoza. Entrevistadas por nosotros en 2008 con motivo del Bicentenario, sin ningún sobresalto confesaron: “siempre estuvimos escondidas pues mi mamá veía (nuestro origen) como un tabú, pues era muy católica.” El testimonio de las tataranietas de Hidalgo en: https://www.youtube.com/watch?v=2jB-gGxtQSA&t=1s

III. ¿Cómo se hace un niño héroe?

“La Historia de Bronce es la Historia pragmática por excelencia (…) Sus características son bien conocidas: recoge los acontecimientos que suelen celebrarse en fiestas patrias, en el culto religioso, y en el seno de instituciones; se ocupa de hombres de estatura extraordinaria (gobernantes, santos, sabios y caudillos); presenta los hechos desligados de causas, como simples monumentos dignos de imitación”, escribió Don Luis González y González (De la múltiple utilización de la Historia México, S. XXI, 1998), nuestro entrañable y sabio maestro de El Colegio de México.

Refiriéndose a los siglos XIX y XX, Don Luis afirmó que nadie puso en duda lo provechoso de la Historia de Bronce y que el acuerdo sobre su eficacia para promover la imitación de las buenas obras fue unánime. Porque una gran dosis de estatuaria podía hacer del peor de los niños un niño héroe como los que murieron en Chapultepec bajo las balas del invasor.

IV. Una falsa Memoria.

Hace 12 años, cuando coordinaba el Bi100, visité el Cementerio Americano en la colonia San Rafael para conocer la tumba común de los soldados estadounidenses caídos en la intervención de 1847. Después leer sobre la lápida enorme la leyenda: “Conocidos sólo por Dios”, pensé, conmovido, en las muchas otras ignoradas víctimas de guerra, como los migrantes mexicanos sacrificados en Vietnam o la Guerra de Irak.

Pasó por mi mente producir una exposición sobre el tema, pero no se iba a entender por qué una conmemoración oficial rehuía al patriótico deber de condenar a los gringos usurpadores y pecosos, que sólo meses después vendrían por la mitad de nuestro territorio.

Hoy estoy convencido todavía más, a pesar de esto, que la Historia que sólo recoge las bondades del pasado propio o el rosario de amarguras causadas por todos y cada uno de nuestros “extraños enemigos”, sólo puede engendrar falsa Memoria.

(Próximo jueves 3 de septiembre: tercera y última parte.)

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