Marisa nos dejó ayer hace 29 años.
Creo que le hubiera gustado leer este texto.
El desprestigio de la poesía es que los poetas se volvieran famosos.
Sujetos de culto, Premium Nobel o Magna sin plomo, súper stars inútiles o gratuitos porque de ellos y sólo de ellos son las estrellas. A todo esto, tengamos presente que Li Po murió ahogado en un río mientras quería abrazar el reflejo de la luna y que él, como sus compinches de bar, escribía en la China milenaria para atesorar sus versos en un pequeño arcón bajo la cama o para ganarse el favor del mandarín o el emperador en turno.
Aunque siempre se podía escribir para enamorar quinceañeras.
Los poetas de hoy no tienen obra. La obra es de los arquitectos, de los narradores que trabajan lisos con planos, rectilíneos, como los ingenieros de obra. La obra es la obra del Opus Dei, como se sabe. Los poetas viven atrapados en todo caso por un alma atormentada, azul, rebelde, casi nunca serena, en reconstrucción permanente.
Las ciudades no tienen la conciencia tranquila. Los poetas tampoco. Es por eso que escriben a deshoras, en hoteles, baños, vuelos y metros, en servilletas, buscando compañía o consuelo a deshoras y aman, aman, como indomables torrentes los poetas aman de verdad.
Los poetas se convirtieron a la fama por sus excentricidades que pronto el público aplaudió como se festeja la danza de los osos de circo.
Lord Byron, estudiante en Cambridge, donde las estrictas normas impedían tener como mascotas perros o gatos, un día, después de analizar con detalle el reglamento, simplemente se dijo: ah, pues tendré un oso en mi cuarto.
Y lo tuvo. Sin pandereta y organillo.
Baudelaire escogió como compañera y confidente una tarántula, Dickens un cuervo pardo y ruidoso, Doroty Parker sus cocodrillos prehistóricos.
“Un día, en el jardín del Palais-Royal, se vio a Gérard de Nerval paseando una langosta viva atada con un listón azul. ´Una langosta es menos ridícula que un perro, un gato, una gacela o un león, si me lo preguntan`, dijo el poeta a sus muy asombrados amigos. ´Yo tengo preferencia por las langostas porque son tranquilas, bien portadas, pero sobre todo: saben los secretos del mar y no ladran.” (Guillaume Apollinaire, Algunas palabras sobre Nerval, 1911.)
Cuenta una leyenda que el poeta romano autor de la Eneida, Publio Virgilio Marón, tenía como mascota a una mosca y que tanto llegó a apreciarla que cariñosamente le decía “¡Mosca!”. El día que este santo insecto volador y díptero tuvo a bien morir por una penosa enfermedad, Virgilio le organizó un funeral estruendoso con 50 músicos y vinos, plañideras, comidas exquisitas tras el sepelio, para el que el propio autor de las Bucólicas y las Geórgicas envolvió el cadáver de Mosca en un sudario para depositarlo en un mausoleo en cuya lápida podía leerse este epitafio: MVSCA. Sit tibi verna levis et molliter ossa quiescant (Mosca: Séate leve esta urna y descansen en ellas tus huesos.)
Ay los poetas y sus benditas extravagancias, locuras con licencia. Y su creatividad transgresora que el mundo de hoy tanto necesita ante el derrumbe civilizatorio y la sacudida de la gobernanza y la política.
Porque nos hace falta con urgencia reconciliarnos para desaprender, para no tomarnos en serio tanto pasado ni tanta ambición por una “normalidad” que cada día se manifiesta plena de anomalías y por lo tanto indeseable.
Necesitamos pensar en un adelante distinto, nuevo, y se requiere de un gran amor por la vida y por los otros, por aquellos que ya han muerto y quienes sobreviven como nosotros en medio de tanta desazón y tristeza, de una depresión con enojo que no debemos dejar avanzar. Porque requerimos de vida y más vida.
Si yo tuviera que escoger una mascota a la cual atar un listón azul como el de la langosta de Gèrard de Nerval, escogería al salmón rojo, ehuralino pez de agua dulce y marina, cuya épica del nado consiste en avanzar y vencer a contracorriente.