El país indeseable, invivible o frustrante, al que ya no deseamos entregar nuestros empeños y vigilias como antes nos duele y nos hiere, pero harto.

El ex México de los quicios perdidos. El de la fe poco a poco extraviada. El país de las agresiones sin fin, de las campañas de calumnias y difamación, de los insultos y linchamientos de personalidad.

El país de la palabra ausente, el de los silenciamientos y el descrédito de quienes piensan distinto. La indecorosa, dañina violencia verbal haciendo estragos y divisiones. País de la barbarie, el México de tantas muertas y muertos por las pandemias, la pobreza y la impune violencia.

El catálogo de agravios es inmenso, a qué negarlo, y a qué negar el pasmo o la desfachatez inaceptable con la que no pocos de los hombres del poder desprecian lo que pasa.

La relación vergonzosa de los hechos llama a más y más indignación, pero no podemos anclarnos ahí, en la simple y justificada quejumbre o en las enredadas redes que destilan el odio y la ira sin freno.

Entonces, ¿qué hacer? ¿cómo comenzar a salir de este mal tiempo denso y prolongado que todos los días llama a la separación o a la indiferencia biliosa?

Porque, además, el país de hoy no puede esperarse, sentado, sin más, a que culmine el entronizamiento del nuevo tlatoani en el 2024. No, el país no puede seguir bailando al son de la obsoleta y decadente danza ritual de las corcholatas presidenciales. No, México, nosotros, necesitamos comenzar a debatir todo aquello que nos pasa y cómo enfrentarlo.

Necesitamos hacer a un lado las fatigas de las pandemias, para avanzar en la crítica colectiva de todos los grandes temas vinculados a una nueva economía de la vida capaz de dejar atrás a la economía de la ganancia salvaje que nos trajo hasta aquí.

Después del Covid 19, resulta indispensable priorizar a todos los sectores de la economía que tienen como misión la defensa de la vida, como la salud, la higiene, la distribución de agua, el deporte, la alimentación, la agricultura, la educación, la energía limpia, el mundo digital y la cultura. Aunque la defensa de la vida, en un país de tanta violencia criminal cotidiana como México, implica hacer una inversión política resuelta y de gran altura en el tema de la seguridad y los derechos humanos y, específicamente, de las mujeres y los niños.

Hace 11 años, en octubre 9, la reportera Sanjuana Martínez publicó en La Jornada un estrujante reportaje.

“Alfredo tiene pesadillas -escribe Sanjuana- porque vio morir a su hermana de 17 años en una balacera. Jorge (7 años), hijo de un desaparecido, dibuja un militar y un encapuchado apuntando al coche de la familia. César (10) perdió a sus padres en una balacera; se niega a ir a la escuela. Jaime (12) observó cómo asesinaban a cuatro miembros de su familia y está herido en el hospital. Son los daños colaterales más pequeños de la guerra contra el narco que ha cobrado la vida de mil 400 menores de edad y ha generado múltiples trastornos sicológicos a miles de niños abandonados por el Estado.”

Resulta inexplicable que todavía no se haya dado un debate nacional desde la sociedad sobre los feminicidios y el abandono de estos niños.

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