La inmensa desesperación lleva a muchas personas a arriesgar su vida, exponerse a que con alta probabilidad le roben sus cosas, tal vez lo secuestren, que las mujeres sean víctimas de violencia sexual y tener que dejar atrás todo lo que tiene para emigrar de forma precaria o clandestina, nos habla de las terribles condiciones en las que viven en su lugar de origen.
Algunas personas tienen la fortuna de emigrar por oportunidades educativas o laborales, muchas otras se ven orilladas a emigrar porque huyen de la insoportable violencia de sus lugares de procedencia, porque el cambio climático ha destrozado la fertilidad de sus tierras o ha hecho inhabitables sus hogares, o porque simplemente no hay oportunidades de trabajo, estudio y progreso.
A muchos les molesta que a sus comunidades llegue una gran cantidad de migrantes, y es entendible su intranquilidad porque hay casos en donde una inadecuada integración a la vida social y económica, termina generando incrementos en la violencia, por la idea de que los migrantes pueden quitarles trabajos o por la incomodidad de convivir con gente que piensa y vive diferente.
Cada sociedad tiene sus propios problemas, no obstante, debemos entender que construir murallas o contratar a más agentes migratorios no va a detener la migración. Este es un tema que ningún país puede resolver de manera aislada, se requiere de la cooperación internacional.
Vivimos en un continente que tiene regiones en tan malas condiciones que no se va a detener la migración hasta que no creemos mejores oportunidades como región.
Estimaciones recientes señalan que 70% de los cubanos y de los venezolanos viven en pobreza extrema, por ello es entendible que haya tantos cubanos y venezolanos que huyen de su país hacia uno con mejores oportunidades, como Estados Unidos o México.
Debemos crear un nuevo Plan Marshall, pero uno para Latinoamérica.
El Plan Marshall fue un proyecto de reconstrucción europea tras la Segunda Guerra Mundial. Ahora necesitamos cooperación internacional de ese tamaño para nuestra región, con respeto a la soberanía de cada país, pero donde mejoremos con sentido de urgencia las condiciones de vida de los que se nos han quedado atrás.
Dos recientes sucesos nos hacen reflexionar sobre las afectaciones que generan en nuestra vida diaria el problema de la migración causado por la falta de oportunidades.
El primero es la suspensión de actividades de trenes de carga de Grupo México para evitar más decesos o accidentes relacionados con los migrantes, quienes viajan de forma peligrosa e ilegal agarrados de donde pueden en la parte exterior de los trenes.
Esos trenes mueven el equivalente en carga a aproximadamente 1,800 camiones. Es un freno al comercio que genera escasez de bienes, aumento de precios y pérdidas para empresas que dan empleo a muchos mexicanos.
El mismo efecto tienen los más de mil camiones que se quedaron varados en su intento por cruzar a El Paso, Texas, mientras que en la garita de Otay, en la frontera con California, se formó una fila de nueve kilómetros de camiones varados por dos días.
Esto por cierres fronterizos para generar un mayor control de los migrantes y por fallas del sistema de la aduana mexicana.
Ya sea que lo hagamos por empatía con las injustas condiciones que viven los migrantes o por entender que esto nos afecta a todos, tenemos que ser más solidarios con los que se nos han quedado atrás.
Cada vida cuenta, debemos trabajar juntos para brindar esperanza a quienes la necesitan. En lugar de concentrarnos en sólo cerrar fronteras, debemos abrir corazones; en vez de construir muros, edifiquemos puentes hacia un futuro mejor para todos.